, En ERRANCIA, La Palabra Inconclusa– Revista de Psicoanálisis, Teoría Crítica y Cultura, Nº 3 © 2012, Universidad Nacional Autónoma de México UNAM
Dr. Adolfo Vásquez Rocca
Culpa y Psicopatía. Freud
La repetición. Impulso y psicopatía.
Las descompensaciones por frustración.
Cosificación. Neurosis y Psicopatía.
Adoctrinamiento y psicopatía.
Persona versus cosa.
Egocentrismo. Sobrevaloración y Seducción
Mentira. Actuación. Fascinación.
Coerción. Parasitismo. Relaciones utilitarias.
Insensibilidad. Crueldad. Intolerancia a la Frustración
Dr. Hugo Marietan
Características psicopáticas. Los conceptos que se van a abordar son el fruto de largos años de investigación sobre este tema en la teoría, pero por sobre todas las cosas en la practica clínica: con la observación de psicópatas, de complementarios, de hijos o parejas de psicópatas, de padres, hermanos. Muchas ideas que leerán no serán encontradas en la literatura sobre el tema, precisamente porque es el resultado de concluir en base a la observación en lugar de tratar de forzar un conocimiento teórico a la realidad clínica. La idea es que ustedes puedan detectar los psicópatas o sus efectos sobre la familia. Y aquí mismo va algo que he concluido hace poco tiempo sobre la familia y el psicópata y que les puede ser de utilidad. En el grueso de los casos de psicópatas, la psicopatía se ejerce fuera de la familia. Puede resultar un padre particular o esposo distinto, pero la mayor radiación psicopática es hacia afuera. Pero en un porcentaje chico esa psicopatía se ejerce en la misma familia. A veces este accionar es explícito, florido y no hay mayores dificultades de detectarlo; otras es solapado y se lo descubre por sus efectos siguiendo el siguiente principio: “cuando en una familia la mayoría de sus miembros presentan trastornos psicopatológicos graves, hay un psicópata” Por lo general es el padre, la madre o un conviviente adulto (abuela, tía, etcétera). Va como ejemplo el de una familia que consulta por una crisis psicótica de la hija, el hermano está internado en una clínica de recuperación de drogadictos, el padre en permanente descompensación ansiosa pero se presenta colaborador y preocupado, al igual que la madre, en el tratamiento de su hija. La madre parecía llevar con resignación semejante peso, hasta que poco a poco, a lo largo de tres meses, se fueron detectando los rasgos psicopáticos: jugadora compulsiva, manipuladora, mentirosa pertinaz pero hábil, robaba dinero a la madre, a sus hijas a su propia madre. Pero si no se estaba atento parecía simplemente una madre sobrellevando un problema. Todos giraban en torno a ella, nadie podía salir de esa órbita, como un sol negro tomaba la energía de todos y no los dejaba desarrollarse. Cuando tratemos los casos de familia abundaremos sobre este caso y otros semejantes. El otro principio es de gran utilidad semiológica y lo descubrí tratando a algunos psicópatas que me hicieron concluir que: “los psicópatas pueden presentar rasgos neuróticos”. En la literatura se menciona que los neuróticos pueden presentar rasgos psicopáticos, esto en cierto sentido es real, en su momento discutiremos que hay enormes diferencias cuali y cuantitativas en estos rasgos en uno y otro. Pero el hecho que los psicópatas presenten rasgos neuróticos es una fuente permanente de confusión por dos motivos, primero porque hasta el momento no hay un gran conocimiento sobre el psicópata que yo llamo “cotidiano”, aquel que no es un delincuente, asesino o violador, que no presenta una psicopatía como para salir en los diarios. Puede ser un profesional, un empresario, un empleado, una maestra, un ama de casa y ejerce su psicopatía en un grupo reducido. Segundo, y como consecuencia de lo primero, si presenta rasgos neuróticos, es diagnosticado si o sí como neurótico y se tardan años (a veces nunca se los descubre) en darse cuenta que están frente a un psicópata detrás de una cortina de humo neurótica. Empezaremos con el tema de hoy que es el siguiente: Caracterización y discusión de rasgos: Descriptor de psicopatía 1) Satisfacción de necesidades distintas: a) Uso particular de la libertad Necesidades distintas A principios del 2003 debía hacer algunas reparaciones de albañilería en uno de mis consultorios por lo que contraté a un recomendado de la joven encargada de la limpieza. Vino al día siguiente, muy temprano, un hombre de unos 35 años. La tarea era bastante pesada y el hombre menudo, pero habilidoso. Pasado el mediodía mandé a comparar un sándwich, de esos de pan francés que desbordan milanesa, generoso en tomate y lechuga. Se lo llevo, el hombre agradece y mientras lo come muy lentamente y sin que yo se lo pidiera me cuenta una historia: “Yo, hasta hace tres meses, estuve preso durante un año en una de las cárceles más bravas. El pan de este sándwich es tres veces más grande de lo que comía en la celda. Estaba en las celdas comunes junto a otros veinticinco presos más, a la mañana temprano los guardias dejaban un cesto con pedazos de pan y todos nos abalanzábamos para agarrar un pedazo en medio de empujones, codazos y trompadas. Si te tocaba algo, bien, sino a esperar hasta el mediodía. A eso de las doce se abría otra vez la puerta y dejaban una olla grande por lo general con polenta aguachenta y allí íbamos todos sobre la olla, como animales, tratando de meternos unos bocados. A la cuchara común que teníamos provista le doblábamos el mango para hacerla tipo cucharón, de esa manera se caía menos polenta en medio de los forcejeos. Y eso se repetía a las cinco y a la cena. Vivíamos con hambre. Pero con mucho hambre; dolía el estómago, para calmarlo tomábamos agua. Por un rato pasaba y luego otra vez. Sólo pensábamos en comer y en defendernos de los otros y en cuidarnos del capo (cada celda tenía su jefe, un preso, de los pesados, que a su vez tenía su jefe en otras celdas, si algo andaba mal en nuestra celda -mal según lo que consideraban mal ellos- la ligaba nuestro capo). Pensábamos en comer, soñábamos con comida, y hubiéramos hecho cualquier cosa por comer. Ocupaba toda nuestra cabeza y esas cuatro a cinco cucharadas de polenta pasaron a ser algo exquisito. Había otras maneras de conseguirse comida, pero había que tener plata o tarjetas para llamar por teléfono o pastillas o cigarrillo o droga; con alguna de esas cosas uno conseguía que el de la cocina te de un poco de comida o un sándwich. Se escondía entre la ropa la comida y se la comía a escondidas, sino te la sacaban a trompadas. Lo mismo pasaba cuando te traían comida los familiares: el capo elegía lo que a él le gustaba y después te daba la encomienda que tenías que defenderla de los otros presos, por lo general te quedabas con un pedazo de algo y el resto lo comían los que arrebataban. De chico era pobre, era escasa la comida, pero nunca pasé tanto hambre como en la cárcel. Había otros sectores, estaba el sector VIP, pero para estar allí hacía falta mucha plata y mantenerse con plata, porque si se te acababa, te bajaban a las celdas comunes y ahí no contabas el cuento. Odiaban a los del VIP. El otro sector era el de los Testigos de Jehová, los religiosos, allí estabas protegido (se cuidaban mucho entre ellos), pero tenías que hacer buena letra, ellos te elegían y te ponían a prueba un mes. En realidad te podían echar en cualquier momento y cuando volvías a los comunes te daban una paliza de aquellas. Con los Testigos tenías que levantarte a las cinco de la mañana todos los días, rezar una hora para agradecer el pan que veían una hora después. A las seis llegaba la canasta con el pan y ellos repartían pedazos iguales para todos, comías en silencio y luego otra hora de rezos para agradecer lo que comiste. A las once otra vez a rezar una hora por la polenta, que era la misma cantidad, pero sin forcejeos. No había violencia, pero teníamos que cuidarnos de no meter la pata porque nos echaban. Si recibíamos una encomienda teníamos que repartirla entre todos en partes iguales. O sea que nos moríamos de hambre igual, pero sin trompadas. Mis familiares contactaron con un abogado muy piola que me sacó enseguida, ahora trabajo gratis para él, hasta pagarle la deuda, creo que en dos años voy a estar a mano. Tuve suerte, los que cayeron conmigo todavía están presos”. A veces en las clases sobre psicopatía es difícil transmitir la idea de necesidad. Yo me valgo de narraciones como estas para dar un acercamiento al concepto porque es muy raro que el auditorio, estudiantes de medicina, médicos, psicólogos, etcétera, puedan comprender, en sentido de Dilthey, lo que es sentir una necesidad; en general para ellos hambre, por ejemplo, es el apetito o tener ganas de comer algún tipo de alimento y ambos son postergables hasta una hora conveniente. Por otro lado, el hecho de que exista suficiente cantidad de alimento a disposición es una idea que tranquiliza. Muchos de los que escuchan o están leyendo esto, comen “porque es la hora de comer”. El hambre es una necesidad de alimento que cuanto más pasa el tiempo sin satisfacerla más ocupa la mente. Llega un momento, como contaba el preso, que es en lo único que se piensa. Al pasar de los días el hambriento va dejando atrás sus capas de civilización con tal de conseguir llevarse algo comestible a la boca, hasta contactar con su esencia animal, y allí no hay leyes comunes, sólo la de sobrevivir. Aún así hay diferencia entre un común y un psicópata. La necesidad extrema de un común puede ser entendida por otros, si alguien roba para comer y sus circunstancias “lo justifican”, se puede llegar a la idea de que robó “porque no le quedaba otra; yo, en su lugar, hubiese hecho lo mismo (empatía)”. Pero ocurre que el psicópata tiene necesidades especiales, es decir, por fuera de las necesidades compartidas por los comunes. Y esa necesidad ‘especial’ tiene la misma fuerza para impeler a la acción que una necesidad común, el hambre por ejemplo. Al ser distinta la necesidad pierde su capacidad de empatía, los comunes, el grueso de la población, no pueden comprenderla. Pongamos un ejemplo: la necesidad de matar. Todos tenemos la capacidad de matar si las circunstancias especiales nos colocan en la alternativa: él o yo, o mi familia o ellos, etcétera, si es una cuestión de defensa extrema, de sobrevivencia. Pero no tenemos la necesidad de matar. Hay un tipo de manifestación de psicopatía, el asesino, que experimenta esa necesidad. El debe cumplimentar esa necesidad, debe matar. En estos tiempos de inseguridad grave en Argentina ocurren robos a mano armada muy frecuentemente. Los robos a mano armada en Argentina, en esta época de inseguridad grave, son frecuentes. La enorme mayoría de ellos, si no hay resistencia de parte de la víctima, se resuelve con la entrega del dinero. Hay casos en que la victima es herida o muerta si el asaltante está drogado o interpreta que hay resistencia, o que lo va a reconocer, etcétera. Pero hay un pequeño porcentaje en que la víctima no se resiste, entrega todo, e igual resulta muerta, porque se topó no con un simple asaltante sino con un asesino, alguien que necesita matar. Este último caso es muy difícil de entender para el común, y esto es así, porque evalúa con códigos comunes, con una escala de valor compartida, un hecho que tiene su raíz en algo especial, por fuera de su rango de razonamiento. La repetición Evaluemos otra característica de la necesidad: la repetición. Volvamos a nuestro ejemplo del hambre. Hay una secuencia: tenemos hambre, ingerimos alimento, pasa el hambre. Tiempo después, volvemos a tener hambre y repetimos la secuencia. Es decir, el hambre no es un hecho circunstancial o transitorio, sino que está instalado en nosotros, es permanente. Al ser saciado amaina, desocupa nuestra mente, pero está. Cuando los parámetros fisiológicos así lo determinan, vuelve a ocupar nuestra mente y accionamos en busca de alimento. Una y otra vez. La necesidad se hace presente en nuestra mente y repetimos las acciones para satisfacerlas. A cualquiera le resulta sencillo asimilar así y con este ejemplo, el concepto de repetición de un accionar. Pero si en lugar de hambre colocamos como necesidad matar, ya no es comprensible. Yo era amigo de un compañero de estudio de medicina. El era de esos pocos que desde primer año ya sabía que iba a especializarse en cirugía. Estudiaba anatomía con pasión, pedía permiso para quedarse hasta tarde disecando cadáveres. Cuidaba sus manos con esmero y, justo es decirlo, tiene un pulso envidiable. Nos graduamos y hasta el día de hoy nunca me perdonó que me dedicara a la psiquiatría, especialidad que le merecía un calificativo que no repito para no ofender. Cierta vez lo fui a visitar a una de sus guardias de cirugía. Lo encontré pálido, sudoroso, muy inquieto, se veía muy mal. Le pregunté qué le pasaba, se resistió un poco, pero en honor a nuestra amistad, me tiró la planilla de operaciones. Estaba vacía. “Te das cuenta lo que me pasa, no tengo a quién cortar, eso me tiene mal”. Eso me dejó de una pieza y recién hace pocos años, después de estudiar estos temas, logré entender aquel episodio. Él tenía una necesidad, “tenía hambre de cortar” y en esa guardia no podía satisfacerla; sólo le quedaba la esperanza de una emergencia. Él es un cirujano brillante, y sé que muchos cirujanos no lo entenderán, pero sé también que algunos de ellos se sentirán aliviados de saber que hay otros que sienten, como ellos, estas necesidades. Uso particular de la libertad Existen distintos tipos de acercamiento al concepto de Libertad, aquellos que la consideran una facultad relacionada con la inteligencia y la razón y otros que la asimilan a una capacidad para decir sí o no (Sastre). De las posturas nihilistas recortamos la de B. Spinoza: “los hombres se engañan al creerse libres; y el motivo de esta opinión es que tienen conciencia de sus acciones, pero ignoran las causas por las que son determinadas; por consiguiente lo que constituye su idea de libertad, es que no conocen causa alguna de sus acciones.(Ética, 2º parte, proposición XXXV). Las personalidades psicopáticas tienen un particular sentido de la libertad. Ser libre, en sentido pragmático, es poder hacer sin impedimentos. Poder optar. Las trabas a la expansión de la acción, pueden ser internas o externas. A las primeras la llamamos inhibición o represión a las segundas presión ya sea social o del medio en sí. Si seguimos el hilo de razonamiento que nos trajo hasta aquí, el concepto de necesidad, y sobre todo el de necesidades especiales, rápidamente intuiremos que para las acciones comunes nos basta con un rango acotado de libertad; no ejecutamos acciones especiales para las tareas rutinarias y comunes, en consecuencia no ampliamos nuestro concepto de libertad para llevarlas a cabo, ni es necesario que nos reprimamos. Cumplimentar una necesidad especial requiere a su vez del ejercicio de una amplitud del sentido de libertad, de un desapego de las inhibiciones comunes, un apartarse de las represiones estándar. Un ampliar el accionar a tal expansión que lleve a los actos útiles para satisfacer la necesidad especial. Esta mente se abre paso sin los escollos represivos que normalmente inhiben las acciones de los comunes. Debe permitirse hacer más allá de lo permitido. Debe ejercer una libertad particular que abarque los confines de su necesidad especial. Y este permitirse hacer debe estar a su vez libre del reproche interno, de lo que llamamos culpa, de lo contrario no sería ‘libertad’, sino ‘penosa obligación’, llegando al absurdo de matar por necesidad y luego llorar sobre el cadáver, derrumbado por la culpa. El psicópata debe caminar sobre cadáveres con la tranquilidad interna, tal vez con la satisfacción, de haber hecho lo que debía: satisfacer su necesidad, ajeno al sentimiento de reproche de los comunes. El psicópata es una persona que se atreve a cosas que el común no, la ley del psicópata es: “todo es posible”. Aquí debemos establecer una diferencia esencial con el neurótico. El psicópata expande su sentido de libertad, el neurótico lo acota. El neurótico usa su neurosis para no hacer. Usa el dolor y el temor al dolor para amansar a su esencia animal, para ponerle freno y que no se manifieste. Usa la culpa para intentar no repetir alguna falla en su represión. Tiene terror a destrabar secuencias internas de acciones que no pueda controlar. Y está en constante desarmonía consigo mismo por intentar armonizar con los demás. El neurótico armó con sus prejuicios un cerco pequeño a su libertad, pero sueña que lo agrandará algún día, tal vez después de un análisis o de algún pase mágico, de algo proveniente del afuera, en un mañana, en otro lugar. El psicótico no puede ni acotar ni expandir su libertad por carecer de pragmatismo, de darle un sentido útil a sus acciones en relación al exterior, por no controlar las variables que le permitan un ajuste aceptable a su medio. Por no poder controlarse a sí mismo, comprenderse mínimamente y, en consecuencia, controlar sus acciones. El individuo normal negocia su libertad. Es conciente que tiene ambiciones, necesidades, deseos, y es conciente de la presión del medio a sus proyectos. Y negocia, entrega una parte de su libertad a cambio de conseguir objetivos armonizados con el medio. Avanza hasta que encuentra el límite. Y ahí permanece. A veces da unos saltitos más allá del borde, pero vuelve enseguida. Envidia sanamente a aquellos que transgreden sin mayores daños, como el caso del cajero del banco que salió corriendo con tres millones debajo del brazo y dejó una notita: “no se preocupen, fui yo”. Si desea dar su opinión o aporte escríbame a
consultashm@gmail.com o click AQUI Entrega 16 La culpa Caracterización y discusión de rasgos: 1) Satisfacción de necesidades distintas: b) Códigos comunes y códigos propios: Introyección de las normas, sorteo de las normas, remordimiento y culpa. Concepto sobre culpa y responsabilidad. Códigos comunes y códigos propios Los valores comunitarios tienen su origen en las necesidades y las posibilidades que brinda el medio para satisfacerlas. La suma de experiencias individuales y del grupo va formando aquellos sedimentos de patrones de conductas deseables que constituyen los valores. Estos valores son transmitidos del entorno al individuo a través de la familia, la escuela, el grupo social. Desde el punto de vista social los individuos ya nacen inmersos en una atmósfera de valores. Como el pez nace ya rodeado de agua. Por lo que va asimilando, haciendo la analogía con la química, como en un proceso osmótico los valores de la comunidad. De tal manera que a través del solo estar en un grupo éste le trasmite sus valores, sus costumbres, sus modos de hacer. El humano es un copiador de gestos, conductas, vocablos. El ‘deber ser’ le viene del otro en una atmósfera de valores. Es por eso que el individuo incorpora desde su inicio como integrante del grupo, los valores, como incorpora el alimento a su organismo. No son procesos intelectuales que se discuten o cuestionan, que haya que aprenderlos a determinada edad: están allí, son esos y punto. Estos valores comunitarios son introyectados, asimilados y luego pasan a ser parte del propio individuo. Pasan a convertirse en “sus valores”. Esto le permite tener una conducta ajustada y no discordante con su entorno, porque “sus valores”, tautológicamente, se corresponden con los “valores comunitarios”. Un individuo ajustado a su grupo social se mueve con soltura, con espontaneidad, porque conoce y está inmerso en la rutina social; pocas cosas del accionar común le resultan extrañas. Sabe e intuye qué debe o qué no debe hacer. No cuestiona las normas, no se pregunta ¿por qué yo debo hacer esto? Simplemente transcurre. Un individuo proveniente de una cultura no occidental, lejos de las comunicaciones modernas, consideraría absurdas, ridículas o graciosas muchas de nuestras “serias” costumbres y se preguntaría, asombrado, ¿por qué estas personas hacen esto? Y si tomara al azar a alguno de nosotros y nos hiciera esa pregunta, seguramente no sabríamos fundamentar nuestra conducta, es más nos asombraría que alguien pregunte algo tan obvio: esto hay que hacerlo porque sí, porque se hizo siempre. Es decir, hay costumbres que están tan “solidificadas” que no dan margen para el cuestionamiento. Esta es también la fuente de la empatía, del comprender al otro: si nos criamos juntos, si entendimos y sentimos los mismos valores, si vivimos experiencias semejantes, yo puedo comprender el por qué de la mayoría de sus conductas. Esta solidificación de los valores comunitarios en el individuo lo hace previsible. Sabemos que ante una situación determinada el grueso de la población tendrá un tipo de conducta previsible. Por supuesto que hay un rango de ajuste, y también un rango de desajuste tolerado. Son aquellas pequeñas desviaciones a los “valores bases” que distingue a un individuo de otro. Es decir que en toda sociedad existe la posibilidad de tolerancia a pequeñas desviaciones a las normas. Responsabilidad y culpa La comunidad, el hecho de pertenecer a un grupo, significa para el individuo un resguardo, un sistema de seguridad. En ese grupo, él va a tener un deber, una responsabilidad y deberá seguir un código. A cambio de eso el grupo, a su vez, lo protege de circunstancias que pueden ser riesgosas para un individuo. El deber, entonces, es la normativa consensuada de un grupo, y el individuo debe responder a esa normativa con la obediencia. A ese responder del individuo frente al grupo nosotros le damos el nombre de responsabilidad. La responsabilidad es un hecho extrínseco, objetivable; se sabe si tal individuo cumplió o no con su deber, si ha sido responsable o no. La no obediencia de un deber es pasible del reproche de los otros integrantes de la comunidad. Si se ha transgredido un código común, la comunidad se siente con el derecho al reproche. Luego están los principios personales, los códigos propios de cada individuo, eso es interno y solamente él tiene en cuenta, para sí mismo, si ha cumplido o no con sus principios. El código personal, los propios principios, son absolutamente subjetivos. No cumplir con esos códigos individuales genera ese displacer interno que llamamos culpa. Así en ocasiones, se puede faltar al deber, ser irresponsable desde el punto de vista objetivo y desde el punto de vista de la mirada del grupo hacia el individuo. Pero, para él, si ese acto o esa acción que cometió tiene una justificación personal, privada, coherente con su código personal, no manifiesta para sí mismo culpa, no se siente culpable. Ponemos como ejemplo el caso de un padre que mata al violador y asesino de su hija: es responsable ante la sociedad por homicidio, pero es probable que para sus códigos internos haya hecho lo que debió hacer y no se sienta culpable. Como otro ejemplo agregamos el de algunos asesinos pasionales, celotípicos, que, torturados por la duda de la fidelidad de su pareja llegan al quiebre, a la certeza de la infidelidad y deciden acabar con su infierno eliminando a la pareja; única solución que encuentra en su delirio. Después del asesinato se sienten aliviados, liberados, sin culpa: “Es lo que había que hacer”, dicen algunos. Aquí también se da la paradoja de ser responsables ante la sociedad por el homicidio y a su vez no sentirse culpable porque la acción ejecutada emanaba de una armonía interna que, aunque patológicamente, la justificaba. El psicópata y las normas Existen, por un lado la ley, las normas, y por otro lado las ambiciones del individuo. Las ambiciones individuales deben encajar o seguir las reglas de juego, los códigos de la sociedad para conseguir un equilibro adaptativo. Hay límites a la ambición. La sociedad tolera ciertos errores, pero no la ostentación del error. La sociedad tiene una limitación y un permiso que es explícito y corresponde a las normativas, a las leyes. Luego hay un permiso tácito, implícito, que no está escrito, que hace que se toleren algunas desviaciones a la norma. ¿Por qué al psicópata no le importa sortear las normas? Porque sobredimensiona sus posibilidades, su ingenio o su suerte por un optimismo ingenuo: “esta vez no me van a agarrar”, o “esto me va a salir bien” (es su aspecto lúdico), o por un costo – beneficio aceptado. Es decir, por asumir un riesgo que puede tener una consecuencia grave, pero que el resultado de esa acción vale el llevar adelante el riesgo. Ser optimista es fantasear en una proyección virtual hacia el futuro con un resultado positivo. El optimismo está relacionado con la ensoñación. Ésta es parte del trabajo psíquico que consiste en utilizar la imaginación como campo de proyección de posibles acciones a realizar. El psicópata no transgrede las normas. Transgredir es valorar (conocer y sentir) las normas y a pesar de ello sortearlas. El psicópata ve a las normas como un obstáculo a sus ambiciones. La norma no le genera el temor inhibitorio que a la mayoría de las personas. La norma tiene un enunciado y un significado por sí (explícito) y por la amenaza (implícita) que implica su no seguimiento. Es decir, en toda ley hay una amenaza, una apelación a las consecuencias negativas que pueden ocurrirle al individuo de no seguirlas. Subyace una prohibición, un daño a futuro para aquel que no la cumpla. Toda ley, toda norma, genera temor e implica la posibilidad de castigo. La ley está hecha para domar, para doblegar y para condicionar las conductas instintivas de los individuos y entornarlas con el siguiente lema “Si quieres pertenecer a este grupo, estas son las reglas. Si se cumplen las reglas estás dentro, si no las cumples estás fuera”. El psicópata tiene la particularidad de estar dentro del grupo y de sortear alguna de sus normas pero no todas, de lo contrario sería desplazado del grupo. ¿Hasta cuándo sucede esto? Hasta que en algún momento se extralimita fuertemente y es “descubierto y señalizado”. Un personaje poderoso, ya fallecido, seguía un concepto sobre el poder. Él decía “el poder es tener impunidad, es hacer sin temer las consecuencias”. Culpa y psicopatía Para avanzar un poco más en este difícil tema paso transcribir un fragmento de una clase para los médicos del Curso Superior de Psiquiatría de la Facultad de Medicina de la UBA, dictado en el Hospital Borda: “Para sentir culpa uno debe sentirse responsable de la acción, debe sentir que ha fallado. Cuando se evalúa que son los otros, el medio o las circunstancias que lo han hecho fallar, entonces no hay culpa. ¿Por qué un psicópata no tiene culpa en sus acciones psicopáticas? Alumno: Se considera al otro como una cosa y no como una persona. A: Tiene distinta escala de valores. Marietán: ¿Por qué tiene distinta escala de valores? ¿De dónde viene? ¿Lo trajeron de Estambul? ¿Cómo puede ser que tenga otra escala de valores si nació con nosotros, jugó al fútbol con nosotros, estaba en nuestra escuela y se conocían nuestros padres? A: lo que pasa es que el egocéntrico está más atento a su propia necesidad y no a la del grupo. M: Hay muchos que son así y son los egoístas. Se justifican, pero ellos saben que han cometido algo vergonzoso. No por eso son psicópatas. Recuerden que los psicópatas son pocos. No confundan la psicopatía con los egoístas, con los neuróticos, con los ambiciosos, que son otras variedades dentro de la especie. ¿Por qué no tienen culpa los psicópatas para sus hechos psicopáticos? Los valores morales vienen de afuera y el individuo los introyecta. El individuo está inmerso en esos valores. ¿Por qué un individuo cumple una norma? A: Para evitar el castigo, por empezar. M: Usted está hablando de que se es bueno a la fuerza, usted está en contra de Sócrates, en contra de Rousseau (El hombre nace bueno y la sociedad lo hace malo). Se cumple una norma porque se cree que en el fondo de la norma hay algo bueno para todos, para el grupo. No hay recompensa suficiente que pueda hacer que uno cumpla una norma, que la siga lealmente, dignamente, sabiendo que va hacia el mal. Uno cumple la norma porque cree, en el fondo, que esta norma es para el bien común. Uno cumple una norma porque responde a un bien común, y es lo dado. Como la sociedad es un resguardo del individuo, entonces se da la retroalimentación, yo cumplo la normativa y la sociedad me protege a mí, a mis hijos, etcétera. Porque cumplir las normas corresponde a lo que se llama el bien común. Cuando el individuo comete un acto que es transgresor, siente culpa. ¿Por qué? Porque él transgrede la ley o la norma, pero pasando a través de la norma, porque la tiene introyectada. Sabe interiormente que lo que está por hacer es malo y le genera ese displacer interno llamado culpa. Y no solamente lo sabe, sino que lo siente. No solamente sabe la letra, sino también tiene introyectada la melodía, la música de la norma. Uno atraviesa la norma, la transgrede, pero como resultado obtiene la culpa. Sabe y siente que está haciendo algo mal. El psicópata conoce la norma pero no la tiene introyectada, entonces la bordea. Para él la norma es un obstáculo, es una piedra a saltar. No la tiene introyectada. Conoce la letra pero no tiene la música, no tiene la melodía, el sentimiento, no la siente. Rodea la norma como un obstáculo. Conoce la norma, porque cognitivamente no es un abandonado de Dios, pero no conoce el sentimiento, no le da importancia al bien común, tal vez no crea que exista el bien común. Por eso la típica respuesta cuando se le dice “¿Por qué hiciste esto?, si no es bueno, no es normal, no está bien”. Entonces él contesta “¿quién dice que no es normal? ¿qué, dos o tres viejos (como decía un paciente mío) se juntaron para decir, esto es malo y esto es bueno?”. Uno, que lo tiene introyectado ni se lo pregunta. La mayoría de nosotros ni se lo plantea. Lo toma como un acto “casi religioso”, un acto de fe, sin razonamiento, sin hacer análisis. Las cosas son así y punto. Uno no tiene que hacer esto, no tiene que hacer lo otro, ya se sabe que hay qué hacer y qué no. No hace falta andar explicitando y analizando en cada momento, en cada acción, si es buena o mala. A: En realidad, ésta búsqueda del bien común tiene fundamentalmente mayor peso en lo moral. M: La moral es la forma explícita y simplista de hablar de esto, que es mucho más profundo, una cosa más implícita. Está introyectada y es algo que se vivencia muy de adentro. A: Una persona altruista ¿puede estar encubriendo un egocentrismo psicopático secreto? M: el altruista es aquel que, manifiestamente, tiende a accionar en pro de la comunidad o de los otros. Ahora, la motivación que lo lleva a eso puede ser muy amplia. Tal vez el altruista sea una persona buena. Está esa posibilidad también. No pensemos que detrás de todo altruista hay una sublimación en el sentido de Nietzsche: “Cuidado con los altruistas y con los caritativos que se están lavando a sí mismos”, decía Nietzsche, en Genealogía de la moral. Pero existen los altruistas que son buenos, es decir, también tenemos que creer que existen los buenos. Es cierto que de acuerdo a nuestra experiencia los buenos parecen pocos. De esa manera, si el psicópata no tiene internalizados los valores, ahí sí se entienden dos cosas: ¿Por qué no existe el sentimiento de culpa, de vergüenza en los hechos psicopáticos? Vergüenza es la manifestación social de la culpa o del ridículo. La culpa es de uno con uno mismo, en cambio la vergüenza es la manifestación social de la culpa. ¿Por qué no aprende ni con argumentación, ni con ciertas experiencias? Porque para él lo que está haciendo está bien. Es egosintónico con su accionar. Si se entiende esto es fácil entender lo demás. Para él, lo que está haciendo es correcto de acuerdo a su valoración de las cosas, es correcto para su propio código. Entonces, si es correcto y sale mal, el responsable no es él, sino que son los otros. Es la defensa aloplástica. Y es así que el psicópata vuelve a intentarlo otra vez”. ¿El psicópata siente culpa? Esta es un pregunta infaltable en todo curso sobre psicopatía, y la respuesta es sí. El psicópata siente culpa como cualquier otro ser humano, no carece de ese sentimiento. Y como todos se siente culpable cuando ha roto, ha salteado, algunos de sus códigos, de sus principios. Y sufre, como todos, por ello. Se siente culpable y mal y puede autocastigarse severamente por esa “falta” que ha cometido. El error en el concepto “los psicópatas no sienten culpa”, tan difundido en la literatura, reside en no tener en cuenta esto: los psicópatas se sienten culpables, como cualquier otro humano, cuando transgrede sus principios, sus códigos. Y no se sienten culpables cuando sus acciones psicopáticas están en armonía con sus códigos y principios, cuando están cumplimentando sus necesidades especiales, por más que, desde el común esas acciones sean aberrantes o socialmente dañosas. Como ejemplo para tipificar este concepto les narraré el caso de un hombre de 38 años, casado, buen padre de familia, que vino a consultarme porque se sentía muy mal, muy culpable, porque a raíz de desavenencias con su esposa debía separarse y dejar a sus hijas. Le dolía la idea de que sus hijas se criaran sin su padre y que él no haya encontrado la solución para que eso no ocurriera. Estaba angustiado y sinceramente culpable de esta situación. Esto fue a principios de los 80, él pertenecía a las fuerzas de seguridad y en los 70 había formado parte del grupo de torturadores, en esa solapada guerra civil que tuvimos los argentinos. Yo le preguntaba, cuidadosamente, si no se sentía culpable por aquellas torturas y él me contestaba con toda firmeza: “Pero doctor, ése era mi trabajo y estábamos en guerra”. Es decir sus acciones como torturador estaban en armonía interna, seguían sus códigos, sus principios y, en consecuencia, no se sentía culpable. Pero el hecho de dejar a sus hijas, de fallarle como padre, eso sí lo hacía sentir culpable. No carecía de ese sentimiento. Analizado desde el común este hombre “debería” sentirse culpable por las torturas, y al no encontrar ese arrepentimiento se llega fácilmente el erróneo concepto de “los psicópatas no sienten culpa”. Pero esto es alejarse mucho del entendimiento de la mente psicopática. Entrega 17: La repetición. Impulso y psicopatía. Las descompensaciones por frustración. La repetición: En clases anteriores comenté que una necesidad impele a ser satisfecha. Generada, tal vez, por algún desequilibrio interno, siguiendo el modelo de la homeostasis, se diagrama una acción tendiente a obtener del medido externo el recurso que restablezca el equilibrio interno. Puse como ejemplo cotidiano la señal “hambre”, que deriva de la necesidad de alimento, que a su vez está motivada por la “falta” de ciertos nutrientes (aminoácidos, hidratos de carbono, lípidos, agua, sales, etcétera) que provocan el desequilibrio homeostático. Incorporado el alimento se reestablece el equilibrio interno, y en consecuencia la señal “hambre” desaparece. Consumidos metabólicamente los nutrientes se produce otro desequilibrio y el circuito se repite. Si la necesidad no es satisfecha sus señales son cada vez más intensas hasta ocupar todo el campo de conciencia y el trabajo de la mente se monopoliza tras el objetivo de conseguir el alimento, en el caso de grandes hambrunas, aún a costa de quebrar los principios culturales más elementales, como la antropofagia por aislamiento. Este tipo de necesidad común es una necesidad básica, típica, generalizada, es comprendida por todos sin el recurso del razonamiento. A nadie llama la atención que un individuo “repita” la acción de comer un par de veces al día o más. A su vez, si prestamos mucha atención, veremos que cada individuo se diferencia en su modo de comer no sólo por el tipo de alimento que suele preferir sino por la manera de realizar esta acción, tiene un “estilo”; el “comer” está imbricado con una ceremonia, con un rito, que no es notado en general por lo repetitivo, por lo cotidiano. Así observaremos que Juan prefiere consumir más carne que vegetales, que la carne debe ser cocida en aceite más que asada, que gusta de acompañarla con arroz, más que con papas, que come rápido, que prefiere comer con una mesa bien preparada y a una hora determinada, etcétera. Se “sabe” que Juan come así y estas acciones están tan automatizadas por el hábito que pocos tienen en cuenta que Juan tiene un “perfil” para comer, que el “qué” (comer), debe ser acompañado por el “cómo” (el rito) en una armonía sin estridencias. Toda mujer que comienza a convivir con un hombre nota estas diferencias, luego la repetición las convierte en automáticas y dejan de notarse: se “sabe” como hay que prepararle la comida a Juan. Estos conceptos de desequilibrio, necesidad, repetición, perfil, aplicados a hechos cotidianos parecen obvios, fácilmente asimilables. Sin embargo aplicados a las “necesidades especiales” de los psicópatas se vuelven indigeribles para el intelecto común. Si el lugar del verbo “comer” colocamos matar, violar, estafar, dominar, como acciones tendientes a satisfacer una necesidad, y si agregamos que esas acciones están imbricadas en un rito, en un “cómo”, la incomprensión es aún mayor. Decir, simplemente, que la necesidad del Caníbal Alemán consistía en comer carne humana, provoca desconcierto, sin embargo, en esencia, es sólo eso. Entonces, ¿cuál es la diferencia entre un psicópata y un hombre común? Lo atípico de la necesidad y la manera peculiar de satisfacerla. Cuantitativamente es una diferencia, pero cualitativamente ¡qué diferencia! Impulso y psicopatía: Clásicamente entendemos como impulso al tipo de acción que es ejecutada sin mediar razonamiento. Los actos impulsivos suelen ser ejecutados en medio de un marco emocional intenso. Podemos decir que a veces el individuo impregnado de ira tiene un estrechamiento de conciencia y ejecuta casi automáticamente acciones, por lo general agresivas. Pasado el momento, cuando se reestablece el equilibrio la persona se asombra de lo que ha sido capaz de hacer y, a menudo, se arrepiente. Recientemente me contaba la esposa de un colega que, impregnada de celos, fue a buscar a su marido a una guardia con el bebé en brazos para, en medio de pacientes, médicos, enfermeros, gritarle a voz en cuello los insultos más gruesos para que todos se enteraran de lo infiel que era. Luego, en frío, me comentó que no sabía por qué lo había hecho. Que había encontrado un par de teléfonos ‘sospechossos’ y que eso desencadenó la acción, que se desconocía, que ella no era así, que sabía que debía cuidar el trabajo de su esposo, pero que no pudo controlarlo, que no podía parar y que, después de esto, se tenía miedo. Aquí se ve claramente el estrechamiento de conciencia en este tipo de acto impulsivo, acompañado de un automatismo de acciones y de la consiguiente intensidad afectiva. Existen otros tipos de impulsos, menos complejos, y parecidos a los reflejos, donde una acción sorpresiva desencadena una reacción compleja. Así contaba una persona que mientras manejaba su automóvil paró en un semáforo, a la par se detuvo otro conductor que comenzó a insultarlo desaforadamente por una maniobra brusca unas cuadras atrás, una pavada. Esta persona cuenta que miraba esa cara enrojecida que propalaba insultos y que, sin pensarlo, salió de su coche, abrió el baúl, sacó la llave cruz que se usa para cambiar una rueda, y procedió a golpear el otro coche, rompiendo el parabrisas, la ventanilla, abollando la chapa. Luego guardó la llave en el baúl, se subió al auto y desapareció. Éste es habitualmente un hombre pacífico y sereno y aún hoy no se explica cómo fue capaz de hacer lo que hizo. Es un hecho aislado en la vida de esta persona.. Dejamos, a propósito, sin describir los impulsos que tienen una base orgánica manifiesta, como es el caso de las epilepsias y otros trastornos psicomotores. Ahora, si comparamos estas nociones de impulsos con el mito aplicado a las psicopatías y tal como lo menciona, entre otros, el DSM IV, falla en el control de los impulsos, nos damos cuenta que este rasgo no puede aplicarse a la mayoría de los psicópatas en sus acciones psicopáticas. Si pensamos en las acciones del Caníbal Alemán, todo el tiempo de latencia que se toma para elegir al humano que comerá, la ceremonia previa, la claridad de conciencia, el trabajo que se toma en descuartizarlo y guardar carne en el freezer, filmar por las dudas algunas escenas, no creemos que esto pueda ser considerado como una falla en el control de los impulsos. Tampoco en el caso del abogado salteño que violaba sistemáticamente a niñas, se puede decir que poseía falla en el control de sus impulsos. Lo mismo en el de la joven auxiliar de medicina que, sabiendo que su sobrinito de año y medio podía morir intoxicado con la ingesta accidental de un antidepresivo, decidió callar. Y en los cientos de casos de asesinos seriales que planifican pacientemente sus actos, que siguen con meticulosidad de cazador a sus víctimas para, en el momento en que ellos consideran oportuno, asestar su acción psicopática. Por todo lo expuesto creo que este rasgo, “falla en el control de los impulsos”, no debe ser considerado como importante para describir una psicopatía. Desde luego esto no quiere decir que los psicópatas carezcan de actos impulsivos en situaciones especiales como las de cualquier otro humano, cuando lo emocional lo impregna. Y esto se da, con mayor frecuencia, cuando no puede conseguir su objetivo, cuando algo le sale mal, como una reacción emocional ante la frustración. Las descompensaciones por frustración He aquí el talón de Aquiles de los psicópatas. Este es su punto vulnerable. Aquí es donde sus máscaras se caen y no pueden dejar de mostrarse como son y, por sobre todas las cosas, pierden su poderoso control sobre sí mismo, y el control sobre su entorno. Se desequilibran. Y ese desequilibrio puede seguirse de una rápida recomposición o profundizarse y derivar en un estado muy parecido a las psicosis. Los clásicos llamaban, a este extremo, las psicosis breves de los psicópatas. Es en este estado de descompensación donde el psicópata comete los actos más burdos, donde se descuida, donde se delata, donde es presa fácil. Es por eso que, en muchas ocasiones, los investigadores que han luchado mucho tiempo por atrapar a un psicópata muy hábil, que les ha impresionado por su inteligencia, por su estrategia, se sorprenden cuando los capturan por realizar actos tan torpes que hasta difícilmente un aficionado haría. Esta es una de las paradojas que ha confundido a tantos, hasta hacerlos pensar que el psicópata (supongamos un asesino serial) “quiere ser atrapado”. Saliendo del terreno de los asociales, muchos psicópatas ‘cotidianos’, ante las frustraciones, caen en crisis muy semejante a las depresivas y son traídos al consultorio psiquiátrico por los familiares o , más raramente, son ellos quienes consultan. Sin embargo estas crisis no dejan de ser raras, atípicas, fuera del patrón de las crisis depresivas comunes. Un joven de 21 años, tras sufrir una frustración, manifiesta una profunda depresión y una noche rompe parte del mobiliario de la casa, amenaza con matarse con un cuchillo Tramontina (esta marca de cuchillos hogareños va a pasar a la historia del crimen). Llegan enfermeros y médicos de emergencia pero él los mantiene a raya amenazando con cortarlos y tirando puñaladas al aire. Nadie se acerca. Pasa el tiempo de manera angustiosa. De pronto la abuela, de casi 80 años, salta sobre él y se traba en lucha hasta sacarle el cuchillo ante la mirada asombrada de todos. Es internado. Pasan 4 días y organiza entre los internados una protesta por el tipo de comida. Al quinto día le dan el alta. No hay rastros de la depresión. Rápidamente se dan cuenta ustedes que no se trató de una depresión grave, sino una reacción depresiva intensa y atípica (con gran carga de agresividad y ‘vitalidad’) provocada por una frustración: la de no conseguir el dinero para ir a un recital de un artista, Charly García. Esto, que es una simpleza para el común, era de una significativa importancia para él, fanático del compositor, de acuerdo a sus códigos propios. También supera una “crisis histérica”, diagnóstico que razonablemente se puede tener en cuenta por la ‘puesta en escena’, por el resultado magro de su amenaza (no se cortó el cuello, ni hirió a nadie); pero sus antecedentes de drogadicción, parasitismo, agresividad (en una ocasión sacó una botella de cerveza de su casa y fue hasta la casa de sus abuelos, a varias cuadras de distancia, y la arrojó contra el ventanal haciéndolo añicos, porque no le habían entregado un dinero que, a su entender, le correspondía), y otros rasgos que se describen más adelante, lo encuadran en la psicopatía. Como contrapartida era tenido por muy buen amigo por sus compañeros. El tema de la internación, inevitable en esos momentos donde es “peligroso para sí y para terceros”, suele mostrar otras característica de este tipo de psicópatas: tras una resistencia inicial -caracterizada por la rebeldía y una actitud reivindicatoria- luego, al verse superado, cambia de táctica: al darse cuenta que de persistir en esa conducta lo único que logra es prolongar su estadía. Éstos son los pacientes que “mejoran milagrosamente” en muy corto tiempo de una depresión intensa, que al cabo de una semana hacen que nadie entienda por qué está internado un tipo tan vital, de tan buena conducta y colaborador. Esta metamorfosis se da también en algunos psicópatas asociales que son encarcelados cuando se dan cuenta que una buena conducta como interno, muestras de arrepentimiento, ser un “preso modelo”, etcétera, le acorta su tiempo de prisión. En ambos casos, nuevamente en sus contextos, vuelven a las andadas otra vez. Con estos ejemplos se vuelve a demostrar el autocontrol, el control del los impulsos, el egocentrismo, la manipulación, la seducción (es una persona que ‘convence’ que está para ser dado de alta…), la actuación, y la paciencia, el esperar tras un objetivo. En ocasiones pacientes psicópatas internados luego de una crisis, son retirados por los familiares “bajo su responsabilidad”, no por considerar que está superada la crisis sino por el temor a las represalias una vez que haya sido externado por los médicos y vuelva al hogar. Recuerden que los psicópatas crean un sistema en la familia nuclear basado en el temor, en cuyo centro está el psicópata y el resto gira en rededor. Y muchas veces esta situación permanece en secreto para la familia extensa y los amigos. Una señora de 48 años consulta por un síndrome depresivo intenso, con fuerte ideación suicida, deja una carta repartiendo sus bienes, manifestando en ella que no se siente querida y no desea ser una carga para la familia, y otros argumentos efectistas. Es internada. Batalla contra médicos y enfermeros porque no está conforme con nada en el lugar de internación. Ningún familiar se explica por qué se deprimió, pero una larga conversación con el psiquiatra fue revelando las claves. Ella era la persona dominante en su núcleo familiar, hasta que su hijo mayor se casa un una joven más dominante y astuta que ella y la familia comenzó a girar sobre la nueva líder. Destronada, frustrada y sin encontrar las armas para luchar contra “la nueva”, cae en crisis. No puede decir los verdaderos motivos por temor a perder a su hijo y a sus futuros nietos. Al mes de internada se hizo amiga de todos los médicos y enfermeros, conseguía los permisos de salida cuando ella quería y lideraba un grupo de pacientes. No manifiesta ningún apuro por salir del sanatorio. Encontró un nuevo reino, y mantenía a su familia angustiada, girando a su alrededor en pos de que recupere su “salud”. Entrega 18: Cosificación. Neurosis y Psicopatía. Adoctrinamiento y psicopatía. Persona versus cosa. Egocentrismo. Sobrevaloración. Empatía utilitaria. Manipulación. Seducción Cosificación En las clases anteriores habíamos mencionado con insistencia que el rasgo “cosificación” es uno de los rasgos capitales en la psicopatía y consiste en quitarles el rango de persona al otro, descalificarlo, minimizarlo hasta vivenciarlo como una “cosa”. Entonces, la cosificación del otro, es quitarle los atributos que hacen a las personas semejantes a uno. Es una postura psíquica, profunda, de valores, sobre el otro. Podemos aventurarnos a decir que el psicópata nace con una mirada cosificadora, con un pensamiento cosificador del otro. Los demás son, para él, “cosas” a ser utilizadas para sus propósitos. Así como para sacar un clavo, utilizamos una tenaza y una vez utilizada, la tiramos en el cajón de herramientas, así hace el psicópata con las personas, las usa y cuando no le sirven las deposita en el cajón de herramientas ya usadas. Cosifica. Neurosis y Psicopatía No hablamos aquí del “uso” de las personas que todos hacemos habitualmente: por integrar una red social, necesitamos de los otros y nos valemos de ellos. Inclusive podemos tener acciones de abuso de los demás, y aún perjudicarlos. Pero siempre, en nuestra mente, interactuaremos de persona a persona; si hacemos algo negativo hacia otro ser, por empatía, pagaremos con culpa esa acción, aunque a veces la culpa no se manifieste tan concientemente, sino a través de múltiples expresiones como la desazón, el desdén o la descarga psicosomática. Aquí, en lo psicopático, hablamos de otro tipo de uso, de una calidad distinta, de un uso con impunidad mental, sin costos afectivos. Hay neuróticos que forman sistemas altamente abusadores de los otros, donde la mentira, la manipulación, el dominio a través de la dependencia y la escenificación de la enfermedad crean un yugo aún más opresor que el psicopático, sin embargo, el neurótico paga un alto precio psíquico por esto al limitar sus grados de libertad con la sintomatología neurótica. Este constituye uno de los puntos esenciales en la diferenciación entre psicopatía y neurosis: el cosificar con impunidad afectiva (psicópata) y el de abusar con costo afectivo, con culpa (neurótico). Adoctrinamiento y psicopatía El psicópata es un cosificador nato, sin embargo, se puede adoctrinar a personas comunes y lograr que cosifiquen a otros, que le quiten los atributos de persona. Este es el proceso cosificador que se da, por ejemplo, en toda guerra. El enemigo es una cosa a ser exterminada, para los dos bandos. Esto nos pasó en el 82 en la guerra por las Malvinas, donde, una vez declarada la guerra, a medida que pasaban los días, los ingleses iban dejando de ser personas para ser enemigos a eliminar. Hasta Richard, el vecino amigo con el que jugábamos tenis o fútbol hasta hace unas semanas, se convertía paulatinamente en un inglés peligroso. En estos momentos de inseguridad grave que vive Argentina se da una doble cosificación: por un lado los delincuentes usan de “mercadería” a las personas en los secuestros y hasta regatean por el precio de la devolución de un ser humano y, de no conseguir sus propósitos económicos, pueden llegar a eliminarlos como en el lamentable caso de Axel Blumberg. La otra cosificación la realiza la mayoría de la población, que ve a los delincuentes no como a personas, sino como cosas peligrosas que deben ser eliminadas. Y es probable, de seguir este estado de cosas, que aparezca un líder que lleve adelante este proceso de eliminación, con una tácita aprobación de la población mayoritaria. Como ocurrió, bajo otras circunstancias, por otras razones, en los años setenta. Con estos ejemplos quiero aclarar que el proceso mental de cosificar está presente en todo humano. Y puede ser “activado” bajo circunstancias, individuales o masivas, especiales. Sin embargo en el psicópata este artificio mental está permanentemente activado. Además el común debe tener como incentivo un hecho externo desencadenante y perturbador. Por otro lado la cosificación es llevada delante de manera consensuada al menos por el grupo de pertenencia y buscando un objetivo común. El psicópata es un individuo que cosifica y con el único objetivo de beneficiarse a sí mismo. La otra variación, y esto lo acentuamos en todos los rasgos, es la “calidad” de la cosificación, el arte en ejercerla por parte del psicópata. Descripción foto diario Clarín (Diario Clarín, 25/10/98) Situación límite: El asaltante apunta con la pistola martillada en el cuello del rehén cosificado como escudo y atadas sus manos con alambre. Obsérvese el aumento de la base de sustentación del delincuente, las cejas levantadas y ojos abiertos que denotan máxima alerta; la postura obligada y de indefensión del rehén que tiene los párpados edematizados por las heridas. La actitud arriesgada del policía, sólo protegido por los centímetros de la columna en donde se apoya, está respondiendo más a pautas de adoctrinamiento que al instinto de supervivencia; véase la postura de la mano derecha, abierta y palmas arriba, de apoyo al discurso persuasivo y la pistola al cinto, no visible en ese ángulo por el delincuente, quién momentos después se entregó. Tres vidas penden de este complejísimo juego psicológico de decodificaciones donde la mínima interpretación errónea es mortal. (Tapa del diario Clarín, 6/11/98, foto: Pablo Bianchi,
http://www.clarin.com.ar) Persona versus cosa Esa es la disyuntiva que se presenta en un hombre que abre la puerta de su casa y siente detrás de él a alguien que le dice “quedate quieto y entrá, o te mato”. En ese momento la víctima no puede dimensionar en toda su magnitud que el que está detrás lo va a matar, lastimar o hacer un daño tremendo dentro de su casa. Entonces se enfrentan, por un lado alguien que tiene un claro objetivo y que está haciendo su trabajo (el delincuente), porque ese es su trabajo y eso que está frente a él (la víctima) es un estorbo, una cosa. Fíjense las distintas psicologías, el psicópata está haciendo su trabajo, y para él la cosa (la víctima) es un obstáculo que si molesta lo mata sin problema. Y, por otro lado, la persona que se siente agredida (la víctima), que mira atrás y ve a otra persona armada (el delincuente). Hay una distancia psicológica impresionante, que se da en el grueso de la población. Muy pocos son los agredidos que van armados, y menos aún los que usan las armas para enfrentarse al delincuente. Son muy pocos los que reaccionan así, tal vez otro como ellos. Pero generalmente esta distancia psicológica (persona – cosa; persona – persona) es determinante, y el delincuente lo sabe. Yo tuve varios pacientes que eran dueños de PyMES. Generalmente son empresas familiares, que además anexan algunos empleados. Cuando se empieza a producir la crisis de recesión (que venía desde antes de De la Rua, año 2000, 2001) ellos veían que los gastos fijos de la empresa se mantenían pero que la producción iba cayendo por debajo de los costos fijos. Y entonces cuando llegaban a esa condición sabían que caían barranca abajo. A estas alturas debían tomar la decisión económicamente adecuada que es bajar los gastos fijos, y bajar los gastos fijos incluía echar a Juan González, a una persona, no una cosa. Entonces se aferraban a dos principios: no aceptaban que se les caía la empresa y segundo no querían echar a Juan González. Y ese fue el error. Lo he visto en 5 o 6 pacientes míos. ¿Qué hacía esta gente? Cuando veían que los costos y los ingresos eran equivalentes, solicitaban un préstamo, porque la situación era tan atípica que apostaban a la esperanza. Decían “esto va a pasar”, “Ahora no hay trabajo, pero…”. Cuando la situación económica empeoraba, y los ingresos eran aún menores, se encontraban sin poder pagar los gastos fijos ni el préstamo. Llegaba un momento en que el banco lo condicionaba de tal forma con los intereses que el empresario tenía que pedir la quiebra. Así esta persona venía a verme en esta situación, quebrado emocionalmente, quebrado económicamente, sin la fábrica y con todos los empleados desocupados. Y decían, “hice lo que pude para salvar la empresa y qué quiere, no me daba el corazón para echar a Juan González, trabajó veinte años conmigo, no podía hacerle eso”. Por lo general también se resentía el sistema familiar, todos suelen ser muy apegados al trabajo, y muchas veces descuidan el tema familiar. Ellos adquieren otras compensaciones (afectiva, económica, de status) y cuando el soporte económico cae, se quiebra todo el sistema familiar porque pone al descubierto los huecos afectivos que eran llenados por la concentración en un sistema de vida holgado. Así como estos empresarios no querían echar a Juan González, tampoco se resignaban a cambiar su estilo de vida desahogado (colegio privado, autos, clubes, etcétera) por una “economía de guerra”, con lo cual todo se agravaba. Un empresario menos sensible, y con más razón un psicópata, hubiera previsto mucho antes eso, y hubiera echado a los diez empleados antiguos y tomado mano de obra más barata. También hubiera achicado los gastos en todas las áreas y quizás sobrevivía a la feroz crisis. Pero el neurótico no lo puede hacer a eso sin un alto costo afectivo, porque trata con personas. En cambio el psicópata las usa. Egocentrismo: Todo psicópata trabaja, siempre, pero siempre, para sí mismo. Cuando da es porque está manipulando o espera recuperar esa “inversión” en el futuro. La filantropía, auténtica, no figura en su ser. Suele pasar que este accionar intensamente egoísta esté disfrazado con tanta habilidad que las otras personas no lo capten nunca o mucho tiempo después de haber sufrido el accionar psicopático. Recibo muchas consultas por correo electrónico sobre psicopatía y es reiterada la pregunta: ¿Cómo es posible que no le importe la familia, que sólo haya pensado en él, que no haya pensado en sus hijos? Los familiares quedan perplejos ante la falta de parámetros afectivos tan básicos para el común como es el amor y la entrega a los hijos, o al menos tenerlos en cuenta. Y a partir de allí se abre todo el espectro de ejemplos sobre el ejercicio del egoísmo. Sobrevaloración Suelen hipervalorar su potencialidad para conseguir cosas. Los hay francamente megalómanos donde el “todo es posible” se les aparece sin impedimentos. Pero hay los que sobre valoran sus aspectos pesimistas y son “la peor basura”. Empatía utilitaria Tienen habilidad especial para captar la necesidad del otro, esto no se puede lograr sin empatía. Pero no es la empatía de colocarse en lugar del otro de igual a igual, sino que es una mirada en el interior de “la cosa” para saber sus debilidades y obrar sobre ellas para manipular. Manipulación Se refiere al manejo de la otra persona, a que accione de acuerdo a la voluntad del psicópata. Aquí tenemos que hacer una división virtual en cuanto a lo que lógicamente se quiere hacer y lo que irracionalmente desea hacer. Una de las capacidades del atípico es la captación de las necesidades del otro. La cosificación permite explicar varias de las acciones de los psicópatas. Vemos que son egocéntricos, manipuladores, utilizan a los demás para conseguir sus propios objetivos. Sólo se puede manipular a alguien si primero se lo ha seducido, si se lo ha captado. Nadie puede manipular a alguien que no se deje manipular. Nadie puede hacerle hacer algo que el otro no quiera hacer. Aquí tendríamos que hacer una división virtual en cuanto a lo que uno lógicamente quiere hacer y lo que irracionalmente desea hacer. Desde el punto de vista de la lógica del individuo, de los parámetros de las cosas que se deben hacer, uno dice “yo no quería”, “me vi obligado a hacer tal cosa”. Pero desde el punto de vista irracional, tal vez no sea así. Aquí está una de las cosas nucleares de la psicopatía con relación a los otros. Yo creo que el psicópata apunta a esto, puede o tiene la facilidad de captar aquellas necesidades irracionales de los otros. En el caso de un “estafado”, en realidad está trabajando con la ambición del otro, porque le ofrece una “pichincha”, una cosa que en situaciones normales sería muy difícil de adquirir. O sea, el psicópata trabaja sobre esa parte de la ambición del otro y después, evidentemente, lo engaña. Recuerdo el caso de un viajante que vendía en las provincias máquinas registradoras a un precio muy por debajo del real (hecho que era comprobable para el comprador); pero al panadero le vendía una máquina específica para el almacenero y viceversa. Al tiempo el comprador lo llamaba desesperado porque la registradora no le servía y él, muy amablemente y como un favor se la cambiaba “por otro modelo” a un precio mucho más alto. En la manipulación hay un grado de libertad del manipulado que se somete a esto, es distinto de la coerción, que es cuando se utiliza la fuerza o un mecanismo de fuerza en un sentido físico o psicológico para que el otro direccione hacia un objetivo. Aquí se usa el temor en todo su gradiente. Veamos lo que comenta la “novia” de un psicópata: “Siempre obtiene lo que quiere, para él no hay cosas imposibles, contrariamente a mí que me cuesta trabajo todo. Por ejemplo, él quiere un certificado analítico de la facultad: habla con alguien de cooperadora o alumnado y lo obtiene en el día y gratis; yo necesito lo mismo y tengo que hacer una cola de 30 minutos, pagar $3 y esperar 15 días. Él decide salir a bailar: se sube a su auto, llega a la puerta del boliche, va directamente a la puerta, saluda al patovica y entra -gratis-, por supuesto, y de paso a la salida se va con una copa de champagne en la mano. Yo quiero salir a bailar: me tengo que tomar un colectivo – o un taxi – o ir caminando, hacer otra cola de 30 minutos, llegar a la puerta rogando que me dejen entrar o que no me hagan pasar el mal momento de pedirme documentos (porque parezco re pendeja), pagar los rigurosos $10 e irme cuando mis amigas quieran -para compartir el taxi. A él le llegan 10 infracciones con el auto: levanta el teléfono, habla con alguien y se las perdonan. A mi me llega una multa por no sacar a horario la basura: tengo que pagarla y punto (como corresponde, no digo que esté mal). Él tiene ganas de pasar el día al aire libre: se sube a su auto y el resto de la tarde navega con su velero mientras toma unas cervecitas bien frías y escucha buena música. Yo estoy harta de estudiar en mi departamentito diminuto: tengo que llamar a alguna de mis amigas, rogarles que quieran hacer algo, embadunarme de pantalla solar porque no soporto el sol y a ellas lo único que les gusta es eso, tomarme un colectivo con un recorrido de 1 hora, llegar a la Florida y sentarme a tomar mates en la sombra abajo de un árbol mientras ellas se calcinan al sol mientras por la orilla del río pasan navegando los veleros divinos en uno de los cuales seguramente está el. Es decir estando con él soy parte de su mundo perfecto donde todo es accesible, sencillo y realizable”. Otro ejemplo: “Mi madre ha estado jugando con todos nosotros. Porque cuando se dan esas discusiones entre hermanos, yo no entendía que mi madre no intentara poner calma, apaciguara los ánimos, saliera en defensa de todos, no, se mantenía al margen y si se la enfrentaba decía que ella en asuntos de hermanos no se metía. Ahora me sonrío al pensar que los asuntos de los hermanos estaban provocados por ella. Con qué sutileza utilizaba y utiliza aun hoy la manipulación, sobre todo entre nosotros cuatro. Veo cómo mi madre ha intentado separarnos a unos de otros, cómo para conseguir sus fines era mejor que nosotros estuviésemos separados, sin hablarnos, para así poder decir y hacer a su antojo y cuando podíamos estar juntos y yo daba mi versión de los hechos, ella ya había dado la suya y además había adelantado cuál iba a ser la mía, con lo cual, corroboraba “que ella tenía razón” y yo era una mentirosa que además no tenía mucha imaginación”. Seducción Es una relación bidireccional entre el psicópata y el otro, donde la propuesta del psicópata encuentra eco en las apetencias del otro. Es decir, el psicópata propone el contrato y el otro lo firma. Contaba un amigo que una vez caminando por la calle Sarmiento, en Buenos Aires, se le acercó un hombre de unos cuarenta años, con un bolso en la mano y un aparato reproductor de mini disc en la otra. Le dijo que vendía aparatos de rezago de la Aduana, y le ofrecía vendérselo a 100 pesos (el costo real era de 600). Le mostraba el aparato y se lo hizo escuchar, era maravilloso, pero no contaba con los 100 pesos. “Mirá, yo tengo que vender esto hoy, vos cuanto tenés”, “Tengo sólo 30 pesos en estos momentos”. “Bueno, hagamos una cosa, yo te lo doy ahora y, otro día, cuando me veas por el barrio me das los otros 70 pesos”. Acordaron así y, frente a la vidriera de un negocio le dice, “te doy uno nuevo, este lo uso para mostrar”, y le dio un paquete. “Guardalo que no te lo vean, hay que tener cuidado, a ver si te lo afanan”. Este amigo, emocionado con la compra, llegó a su casa y al abrir el paquete se encontró con medio pan de jabón. No lo tomó a mal, se rió durante más de media hora, de él mismo. Este tipo de personalidad tiene como rara habilidad captar las necesidades del otro. Esta capacidad determina otro rasgo importante, que es la seducción, llevando así a los demás a entrar en un circuito psicopático. El psicópata les demuestra que le son necesarios, pero que él le es mucho más necesario a ustedes. Entonces se da un circuito entre el psicópata y la otra persona. Se establece un circuito mutuo para suplir las necesidades. Este concepto lo desarrollaremos en las conclusiones al referirnos a la comunicación que establece el psicópata con los patrones irracionales de su víctima. Si agregamos a esto que son inteligentes y manipuladores, nos damos cuenta de que es muy difícil resistirse a ellos. Relacionarse con un psicópata es un viaje de ida con retorno complejo. Si desea dar su opinión o aporte escríbame a
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No es que el psicópata mienta circunstancialmente y ocasional o esporádicamente para conseguir desligarse de alguna situación común o estándar. Sabe que está mintiendo, pero no le importa, no tiene la resonancia o displacer que uno siente cuando miente. Yo no lo llamaría mentira patológica. Nosotros le damos mucha importancia a las palabras y si estamos frente a un mentiroso ¿cuál es el valor de esas palabras? ¿Cuál es el grado de verdad de esas palabras? Tiende a cero. Si utilizamos la sobrevaloración de las palabras, caemos fácilmente en el circuito psicopático. Por eso no sirven las escalas de autoevaluación, ni el interrogatorio o la anamnesis. El psicópata dice lo que conviene decir o lo que se espera que conteste. El valor de lo que dice el psicópata debe ser colocado entre paréntesis. Si ustedes quieren evaluar al psicópata, lo importante es lo que hace. Evaluamos al psicópata a través de la conducta, de la acción. El psicópata puede mentir con la palabra o con el cuerpo cuando actúa o simula, y adapta la actuación a la persona que quiere captar. Así me contaba una madre que su hijo de 15 años le pedía las cosas con lágrimas en los ojos para enternecerla, y al padre, que se desesperaba por conseguir el afecto del hijo, lo manejaba con enojos y haciéndose el ofendido. . Ejemplo: “De entrada me mintió. Me dijo que se llamaba “Juan” (que es el nombre de su hermano) cuando en realidad se llama Ernesto. Que tenía 28 años cuando en realidad tenía 25. Que tenía novia y que luego me dijo no ser así, argumentando haber mentido para que yo no me enamorara de él (al final, en estos días, me vengo a enterar que era verdad lo primero, es decir que sí tenía novia). Y luego niega todo: cuando lo confronté y le dije que era mentira todo lo que me había dicho me dijo que él nunca había dicho eso, que yo había escuchado mal. Miente, miente y miente. Puede tener puesta una camisa blanca y te va a jurar -mirándote a los ojos y sin siquiera pestañar- que es color roja. Y sus argumentos son tan creíbles que, nuevamente, me deja confundida respecto de mi salud mental”. Otro ejemplo: “Mi hermana tenía una amiga en una ciudad a cinco minutos del pueblo donde ella trabajaba, con la que pasaba algún fin de semana, cuando no quería conducir de noche. Y un buen fin de semana, para compensar, decidieron pasarlo en el pueblo. Bueno, ahí acabó la amistad de mi hermana y su estancia en el pueblo. Mi madre nos llamó a todos y cada uno de nosotros para decirnos que las había pillado juntas en la cama, que era lesbiana, y fue un rumor que se oyó hasta en el pueblo. No solamente fue terrible que fuese mentira, lo terrible era que mi madre decía que por eso dejara de ser su hija o mi hermana o la hermana de los demás. A mi me importaba un bledo que fuese o no lesbiana, a mi lo que realmente me importaba era lo que podía sufrir mi hermana, y cuando ésta me dijo que no era cierto, yo sé que me estaba diciendo la verdad. Para el resto de la familia aún queda la duda, y ya no digo en el pueblo”. Otro ejemplo: “Nuestra hija mayor se inscribe para Química y habla con mucho entusiasmo de los maestros, las materias etc. Al concluir el año escolar resulta que no iba a clases y no le ponen ninguna calificación. Dice que quiere cursar otra carrera y se inscribe en Física, que sueña con ser una gran científica, hace planes se inscribe, nos continúa pidiendo dinero para libros, inscripción etc. Y vuelve a pasar lo mismo. Dice que quiere estudiar otra cosa y se inscribe en Filosofía y Letras, que es, ahora, realmente lo que quiere. Finalmente yo pienso que eso es lo que le conviene ya que le encanta la lectura y escribir y todo esto. Se inscribe, nos cuenta cómo le va, que sus maestros son muy buenos, que la quieren mucho, de las tareas, etc. Y actualmente ya tengo acceso a su boleta de la universidad por Internet (cosa que ella no sabe) y acabo de ver que está inscripta pero no va a clases, no tiene calificaciones finales. He pensado que quizá tenga algún trastorno de la personalidad, dado su conducta desde niña. Que no muestra remordimientos por los daños causados a sus hermanos, las mentiras sin razón de ser, siempre dice mentiras, es muy egocéntrica, nunca le ha gustado seguir normas, no hace proyectos reales, dice que va a hacer algo de su futuro, hace planes pero todo es mentira y después dice “es que estaba equivocada y no es eso lo que quiero, apóyenme a realizar lo que yo quiero”. Y seguimos con ella y nos sigue mintiendo. No es fácil porque ya es adulta y no acepta que esté mal. Ni de niña pudimos con ella, dado su carácter muy firme, convincente, maduro (para su edad), pero ahora que está grande y haciendo retrospectiva me doy cuenta, y no sé que hacer”. Actuación Actuar es mentir con el cuerpo. El mitómano es un psicópata que deja que la fantasía se despliegue en la acción, esto es, el mitómano realiza o actúa su fantasía o mentira en el terreno de la realidad, se vale de su fantasía para modificar la realidad. Mientras el fantasioso puro se contenta con su mundo de fantasía el pseudólogo fantástico, o mitómano, miente con determinada finalidad y la mentira tiene un carácter marcadamente activo, lleva adelante su mentira y trata de conseguir con ello algún fin, para lo que se requiere una enorme imaginación y una gran capacidad histriónica, son actores natos y de una gran calidad lo que hace que consigan cierto éxito. Además es muy importante la forma en que se manejan, en general son personas muy cuidadosas de los lugares donde se mueven y ejercen su acción y tienen un manejo de lo verbal y de lo gestual que las hacen encantadoras. Un ejemplo de farsante se descubrió hacia 1995, a raíz de un juicio de mala praxis. Se trata del caso del falso médico neurólogo que logró ejercer durante 16 años en un prestigioso hospital metropolitano de Buenos Aires, habiendo dado sólo unas pocas materias de medicina. A pesar de su escasa preparación inicial en medicina, a través de los años fue ganando un sólido prestigio en el Hospital, a tal punto de ganar por concurso varios ascensos, dejando atrás a muchos de los verdaderos médicos. ‘Era brillante’, reconoció uno de ellos luego de enterarse y, en el colmo de admiración decía “es como si mañana nos enteramos que Barnard no estudió cirugía”. Era fuente de consulta de los otros especialistas y presidió un Congreso de la especialidad, y hasta escribió un libro en colaboración. Los que trabajaban con él decían que era muy seductor, con una labia tremenda; que tenía una personalidad irresistible y carismática, lo que le permitió atajos en el desarrollo de su ‘carrera’; que era feliz cuando violaba las reglas de lo establecido. Cuando allanaron su casa encontraron dos títulos falsificados el de médico y el de especialista en neurología, junto a varios recetarios a su nombre. Cuando la policía le pidió la matrícula, titubeó y finalmente reconoció que no tenía título. Admitió con mucha tranquilidad que era un falso médico, además comentó, como al pasar, que ya había tenido otros inconvenientes por este tema. Fascinación Alteración de la conciencia ligeramente inferior a la sofrológica, la hipnosis, producida por el psicópata a determinadas personas. Este punto resultará, sin dudas, inquietante. Hemos visto que en la seducción el psicópata necesita que el otro esté de acuerdo, que cierre el contrato, para ello usa la persuasión y su “encanto”, pero el otro debe prestarle su voluntad, debe darle su consentimiento. Por eso decimos que la seducción es bidireccional. En el caso de la coerción se ejerce una violencia, física o psíquica para dominar al otro. Es unidireccional, va del psicópata a su víctima, y este no tiene un grado de libertad razonable para no seguir los deseos del psicópata. Pongamos en caso de que un delincuente, mediante un arma, obligue a entregar dinero. En el caso de la fascinación se mueven otros mecanismos, más profundos, menos explícitos que los anteriores y por sobre todas las cosas se produce una alteración de la conciencia del tipo de la hipnosis, pero más leve. La voluntad de la persona se ve rendida ante la del psicópata, sin oponer resistencia alguna y sin tener claridad de su propio accionar. Desde luego que este estado de fascinación se da en personas sensibles a llegar a este estado. Y no es necesario un largo contacto con el psicópata. Para que se comprenda este punto pasaré a narrar el caso de una de mis pacientes que consulta por distrés, y que durante el lapso del tratamiento conoce a un hombre divorciado, como ella, y luego de unos meses, pasa a convivir con ella y su hijo. En ocasión de un curso de perfeccionamiento se encuentra con una amiga del secundario, con quien habían sido muy unidas, de esas amigas que aunque no se frecuenten, se sabe que cuentan con ella, que se siguen queriendo. Es así que, café por medio, descargan los consabidos recuerdos del secundario y, como hacía más de cinco años que no se veían, la invita a cenar a su casa. Mi paciente deja a su hijo con su ex marido y se prepara a recibir a su amiga. Llega y le presenta a su nueva pareja. En la cena comienza una charla informal y luego la conversación se va polarizando entre la amiga y el concubino sobre el tema del Reiki. “Comencé a sentirme un poco molesta porque me estaban marginando. Cuando terminó la cena ellos seguían hablando animadamente. En un momento dado él me dice: “le voy a explicar las técnicas de Rike a tu amiga, voy a ocupar el cuarto de tu hijo y vos te vas a ver televisión al dormitorio”. ¿Y usted que hizo? , le pregunté. “Y, me fui al dormitorio” ¿Y ellos? “Se fueron al cuarto de mi hijo” ¿Y luego? “Yo me quedé en el dormitorio viendo televisión, pasaron unas dos horas y sentí ruido en el living y me levanté. Mi amiga se estaba preparando para irse, me dijo que se había hecho tarde y se fue rápido. Él me dijo que le preparara un café. Tomó el café y nos fuimos a dormir”. Yo esperé unos momentos y ella no hizo ningún otro comentario y le pregunté: ¿qué la hizo levantarse de la mesa e irse al dormitorio siendo que esto no es algo normal en un encuentro con una amiga? “No sé, sólo me levanté y me fui”. ¿qué cree que hicieron su amiga y su concubino en el cuarto de su hijo? “Como él sabe mucho de Reiki creo que le estaba explicando algunas técnicas, pero no sé, ahora que lo pienso, por qué me fui”. Habían pasados dos días de este hecho y ella todavía no tenía clara conciencia de lo que había pasado en su casa. Es interesante la triangulación que se da en este caso, y las inhibiciones que tuvieron que sortearse para que se de una situación así. Primero la capacidad de seducción del psicópata (encuadraba perfectamente en esta descripción no sólo por esta conducta sino por muchos rasgos que no comentaremos aquí) hacia la amiga. Es una persona que conoce un par de horas antes y él captó su necesidad de hembra, y en una situación altamente desfavorable (estaba cenando con su pareja) decide realizar el coito, (luego, en una conversación personal, él lo confirmó). Por otro lado la amiga debe saltear sus represiones para, en la casa de su amiga, satisfacer sus necesidades sexuales. Él despliega una de las características marcadas del psicópata que es el aspecto lúdico, él apuesta a que va a conseguir lo que quiere y sin riesgos, en esa situación especialísima. ¡Y lo hace! Quince días después, ella cae en la cuenta de lo que ha sucedido. Debo aclarar que mi paciente es una profesional, que, amén de ser divorciada, no es inexperta en la relación con los hombres. Digo esto porque varias lectoras pensarán que es lela o directamente estúpida; no lo es, ni mucho menos. En la relación con un psicópata se pueden dar estas u otras circunstancias atípicas. Coerción Relación unidireccional entre el psicópata y el otro, donde intervienen presiones instrumentales, físicas o psicológicas que le impiden optar a la víctima. A principios del año 2003 vino a consultarme una mujer de unos 30 años por presentar ataques de pánico. Cuenta que la semana anterior al volver de compras nota que la puerta de entrada no estaba con llave. Como ella es distraída pensó que se había olvidado de cerrar la puerta al irse. Así que no le dio importancia y entró. Dejó las compras y fue a la cocina a lavar unos platos. Estaba en eso cuando de pronto siente que alguien a sus espaldas la estaba mirando. Se asustó porque sabía que su marido estaba en el trabajo, y se dio vuelta y en el marco de la puerta de la cocina había un hombre que le dijo: “No me mires y decime donde está la plata”. Ella le dice que la única plata que hay está en su billetera. “Está bien, ahora desnúdate”. El hombre no estaba nervioso y no gritaba, tampoco ella vio arma alguna. Así que procedió a desnudarse. “Ahora vas a la ducha y te bañás y no salgas hasta que yo te diga”. Así lo hizo, se colocó debajo de la ducha. Ella sentía ruidos en el living y el dormitorio. Pasado un buen rato se hizo silencio y ella salió de la ducha y él apareció en la puerta del baño la miró y le dijo “Ya te dije que no salgas de la ducha”. Ella se volvió a meter debajo del agua. Esperó y esperó y finalmente se animó y salió, no había nadie, sólo algunas cosas desordenadas. Cuando terminó de narrar me dijo con un tono muy particular “No me violó” y, tras una pausa, poco convincente, “Por suerte”. Este hombre ejerce una coerción con el acento puesto en lo psicológico más que en lo físico y sin armas. Crea un clima de violación, de gran expectación sexual, para terminar con un desprecio por la hembra, desprecio que es acusado no por la parte lógica de esta mujer, sino por esencia femenina. Parasitismo Utilización del otro como medio de subsistencia, aquí el psicópata realiza la manipulación necesaria para conseguir sus fines, pero sin presionar demasiado, como actúa un parásito en su relación con el huésped. Escribe alguien que convivió con un psicópata: “Cuando hablo de parásito, estoy hablando del depredador, de aquél que una vez que ha “chupado” toda la energía que hay disponible, se va relamiéndose el bigote. Creo que una persona que ha tenido la experiencia de estar cerca de un ser como éstos puede decir que es una experiencia física, ya no mental, no, es una experiencia física de agotamiento y es al cabo de unos días que uno puede sentirse más libre, mas suelto, se va el agarrotamiento y se puede andar más ligero (la angustia mental es un fardo muy pesado).” Yo tenía un compañero en la Facultad, era del interior, y ya venía con la idea de conquistarse a una “veterana”, profesional, con buen pasar para que lo mantuviera durante toda la carrera. Es así que se conquistó a una arquitecta de 30 años (el no llegaba a los 20) y se mantenía económicamente gracias de esta mujer. Años después, cuando se recibió ni siquiera esperó un tiempo prudencial, simuló una crisis emocional y se fue a su provincia, sin ningún tipo de contemplación”. Eso es un uso parasitario de una persona. Relaciones utilitarias El psicópata establece un tipo de relación para captar al otro y conseguir un objetivo. Y una vez logrado, se desprende del otro sin el menor miramiento o consideración. Como una herramienta que no usamos más. Insensibilidad Escasa o nula repercusión emocional ante el daño causado al otro, en los hechos psicopáticos. Permanece indiferente ante el dolor ajeno. Lo cual no implica que, fuera de las acciones psicopáticas, no se muestre sensible a otras personas, mascotas u objetos “No tiene la menor idea de lo que es ponerse en el lugar del otro y reconocer lo que esa otra persona está sintiendo. Él trabaja en la Morgue, hace autopsias y dice no sentir absolutamente nada por la gente allí presente (ya sean cadáveres o familiares de los fallecidos que lloran y gritan desconsoladamente ante los reconocimentos). Inclusive se ha ofrecido a participar de autopsias de gente conocida suya (como amigos o hijos de amigos) que han muerto de formas violentas y no se le mueve un pelo. Es más, lo he acompañado a trabajar y he estado presente en la sala de autopsias, mirándolo “en vivo y en directo” y es la persona más fría que he visto en mi vida. No es sólo profesional, es frío.” Otro ejemplo (desde México) “Cuando mi hija tenía 7 años nace su hermanito… a ella no le hace gracia… siempre lo trata muy mal, de indiferencia al principio y de agresiones no manifiestas. Por ejemplo le decía yo que le diera de comer y no se lo daba decía que no quería… a sus juguitos le ponía la mano para taparles el popote y decía “mira mamá no quiere”. Ya más grandecito le metía el pie para que se tropezara etc… Al principio nos parecía normal sus celos, cuando nació su otro hermanito se mostraba indiferente con éste aunque no de agresión. Conforme crecieron la niña decía muchas mentiras y el hijo de en medio era muy nervioso, llorón, etc. (estuvo en tratamiento por hiperactividad y baja tolerancia a la frustración). Al concluir la escuela primaria, ella tenía muchas amigas muy queridas que la visitaban y ella las visitaba. De la fiesta de graduación no nos informó y no nos entregó la invitación, después que nos enteramos le llamamos la atención y su respuesta es que no quería ir ni ver a sus amigas… ya no volvió a visitar a nadie. Nunca lloró, se enojó ni mostró ningún sentimiento. Esto me pareció muy extraño. Pensé que iría a la fiesta, lloraría etc., como todos lo hicimos alguna vez al concluir un período escolar, pero no fue así”. Crueldad Puede ser impiadoso, hacer padecer, dañar severamente a otros, sin repercusión emocional displacentera. La mayoría de los torturadores de nuestra última guerra civil, consideraban que simplemente estaban realizando un trabajo. “Cuando mi hija ya tenía aproximadamente 15 o 16 años, el de el medio 9 y el menor 6 años, éste último nos dice que su hermana trata muy mal a su hermano… (cuando no estábamos, trabajamos los dos), que lo golpea con la pared, lo pellizca, lo viste de mujer, lo amenaza, etc. (cuando presentaba golpes nos decía que se había caído). El otro niño se atreve a hablar y nos dice que es así, que siempre lo ha tratado así, pero tiene miedo de su hermana.” “Dr. Marietán: Hace muchos años que hemos llorado la insensibilidad de mi hija y sus mentiras, primero pensando que era apenas una niña, después que eran problemas de adolescente… pero ya va a cumplir 22 (disculpe, es un desahogo poder hablar de esto que nos agobia, porque los familiares cercanos no comprenden y en muchas ocasiones hemos mentido para “cubrir” su conducta, incluso ante sus hermanos, actualmente de 12 y 15 años). Hubo una época que adoraba a Marilyn Manson y a su cuarto lo pintó morado con muchos cuadros de él, y a sus hermanos les daba miedo entrar y ella gozaba cuando lloraban. Un hámster hembra que tenía con ella como un año y que le trajo pareja y tuvieron crías “se le olvidó” darles de comer y se murieron todos, hasta yo los lloré, y ella no. También un perrito que teníamos y atropellaron. De hecho nunca la he visto que llore por situaciones así, las únicas veces que ha llorado es porque le hemos hablado muy duramente y ha llorado y dicho que no la queremos (con mucho coraje y gritando). Hace casi 4 años sufrí un accidente grave, estuve 4 meses inmovilizada y el médico me dijo que probablemente quedara parapléjica; fue algo muy duro. Mi esposo lloraba conmigo, mis hijos también, ella no. Siempre fue insensible y lo que me dijo en una ocasión fue que ella también tenía problemas de salud y nadie se molestaba por ella, que le molestaba que yo quisiera llamar la atención. De hecho esa fue la gota que derramó el vaso, y cuando me recuperé decidí que lo más sano es que estuviéramos separadas y quizá “cambiara”. Pretexté un cambio de ciudad por mi trabajo y mi esposo me apoyó y él también buscó ese cambio. Pensé que iba sufrir cuando nos separáramos, pero lo tomó muy tranquila. He llorado mucho por estar separadas, pero cuando estamos juntas sufro más ¿Qué le debo decir a mis otros dos hijos? Ellos ya preguntan por qué su hermana es así. Gracias por su atención, el poder decir todo esto me alivia un poco, no es nada fácil”. Tolerancia a situaciones de tensión Permanecer impasible u obrar fríamente ante situaciones de alta tensión en las que un ‘normal’ se paralizaría, descontrolaría o accionaría inadecuadamente. Esta característica posibilita que realice acciones de alto riesgo y, paradójicamente, arriesguen o pierdan la vida. A diario vemos ejemplos tanto en policías o delincuentes de este tipo accionar. También en los negocios o la política hay muestras de este rasgo. El caso Yiya Murano Fuente: Reincidentes Argentinos
http://comunidades.calle22.com/comunidades/1130/com1130con6.asp Su verdadero nombre era María de las Mercedes Bernardina Bella Aponte. Nacida en la provincia de Corrientes (Argentina) en el año 1930. Acusada de haber envenenado a tres mujeres y llevada a juicio por homicidio, Yiya Murano nunca confesó. Fue absuelta en primera instancia, el juez alegó que había dudas insalvables. Tres años después, la Cámara de Apelaciones evaluó los indicios de manera diametralmente opuesta y la condenó a cadena perpetua. Año tras año Yiya presenta pedidos de indulto y de conmutación de pena porque insiste en su inocencia. Hace poco, sus reclamos fueron escuchados por el presidente de Argentina, Carlos Menem y su pena fue reducida a 25 años de prisión. Se presenta en los programas de televisión y sigue alegando su inocencia, aunque su personalidad manipuladora quedó al descubierto por las declaraciones de su hijo Martín Murano, y de su actual esposo de apellido Chiodi (Ej: ella anunció que estaba felizmente casada y que su marido la aceptaba por considerarla inocente, sin embargo al otro día su marido pidió presentarse en el mismo programa y confesar que eso era mentira, que si bien se casaron nunca jamás habían convivido y ella nunca le había confesado nada acerca de su pasado y su estancia en la cárcel, alegando que su marido era golpeador y ella lo había matado por accidente, mientras se defendía). Carmen Zulema del Giorgio Venturini, su prima segunda, tentada por las promesas de jugosos intereses, entregó a Yiya un montón de dinero no muy significativo, con el propósito de que lo invirtiera. Luego del éxito de su primera inversión decidió hacer otra. Su vecina Nilda, hizo lo mismo y una amiga de ésta, Leticia Fornisano de Ayala también se sintió atraída y decidió invertir. Yiya aumentaba desmedidamente su amistad hacia estas y sobre todo, las visitaba con mayor frecuencia. El sábado 10 de febrero de 1979 Nilda Gamba comenzó a sentir dolores agudos en el estómago y náuseas. El médico que la atendió le pronosticó intoxicación y ella recordó (al médico) haber tomado el té con Yiya. Yiya se ofreció a cuidarla. Por la noche, empeorando, entró en estado de coma y el domingo fallecía. Yiya buscó al doctor Tomer, el primero que la atendió, con el fin de que firmara el certificado de defunción. El médico se negó alegando que él no había sido el último en atenderla. Ante tal inconveniente, Yiya se dirigió al medico de la cochera, quien sí aceptó el trámite a cambio de una propina. La causa de muerte según el certificado fue: paro cardíaco no traumático, fórmula que evita la autopsia. Un mes y medio antes, durante tres días no se supo nada de Nilda. Se hizo la denuncia a la policía y cuando forzaron la puerta encontraron a Nilda tirada en el piso, víctima de un coma diabético.
Aquella vez fue Yiya la persona que vio a Nilda por última vez antes de que se descompusiera. Puede que haya sido un intento de envenenamiento que no resultó, o tal vez lo del coma diabético haya sido verdad. Días más tarde cuando debía devolver el dinero a Chicha, Yiya fue a su casa a tomar el té y a tranquilizarla. Según ella convinieron en encontrarse esa misma noche. Cuando Yiya y las otras amigas fueron a buscarla, nadie contestaba. El 22 de febrero los vecinos del edificio denunciaron a la policía que del departamento ocupado por Chicha salía un olor penetrante y que nadie contestaba el timbre. Al forzar la puerta encontraron el cadáver sentado frente a la TV, a su lado restos de pescado, una taza con un poco de té. También en este caso el médico de la funeraria extendió el certificado de muerte: infarto de miocardio no traumático. El 24 de marzo, Mema del Giorgio Venturini sintió náuseas y un profundo malestar. Desfalleciente, se arrastró hacia el pasillo del edificio, pero presa del vértigo perdió el equilibrio y cayó haciendo ruido, el cual escucharon los vecinos y acudieron a socorrerla. En ese momento llegaba Yiya quien preguntó a los vecinos si Mema había dicho algo antes de perder el conocimiento. De camino al hospital en la ambulancia, al fallecer la víctima le preguntó al medico si sería necesaria la autopsia. Cuando Diana Maria Venturini, hija de Mema, intentaba poner en orden las pertenencias de su madre descubrió que faltaban unos Pagarés que habían sido extendidos como garantía de los depósitos de Yiya, ante este hecho, indagó al portero del edificio quien recordó haberle dado las llaves del departamento a Yiya, minutos después de ocurrido el incidente, con el propósito de hacer unas llamadas a los familiares (las cuales nunca se hicieron). Ya en su domicilio y con la mente más despejada Diana comenzó a hacer conjeturas. Puesto que otras 2 personas a quienes Yiya debía dinero habían muerto en circunstancias similares a las de su madre, decidió hablar del caso con la policía. A partir de eso, el juez ordenó la exhumación de los cadáveres para realizarles las autopsias pertinentes. En el caso de Nilda y Chicha, inhumadas en tierra, esa tarea no arrojaría resultados decisivos ya que en el proceso de descomposición de los cuerpos una de las sustancias que se forman es el clorhidrato de cianuro. Esto impide establecer si la sustancia esta allí por causas naturales o por haber sido injerida en vida. En cambio, en el cadáver de Mema pudo determinarse con exactitud que en sus vísceras había restos de cianuro alcalino y así se consideró que se trataba de muerte por envenenamiento. A los tres años de estar detenida, salió en libertad. ¿Cómo explicar la decisión de la justicia cuando nadie dudaba de su culpabilidad? Primero: Yiya nunca había confesado, segundo, si bien todas las pruebas apuntaban en su contra, no hubo testigos directos de los crímenes, y por último, que la querella se basaba en que otra persona no podría haber sido, pero demostraba incapacidad en probar la autoría de la imputada. Yiya estuvo muy cerca de cometer el crimen perfecto que tanto admiraba. Las mujeres habían sido asesinadas con una sustancia que, una vez muertas, era producida por el cuerpo en estado de descomposición. Sólo la agonía de Mema le había dificultado las cosas. Después de tres años de libertad, la Cámara de Apelaciones la considera culpable, ante este fallo, Yiya planea fugarse. La Cámara calificó que los hechos constituyen homicidio calificado por ser cometidos con veneno reiterado en tres oportunidades. También se la condenó por el delito de estafa al patrimonio de estas mujeres. Desde el punto de vista médico, de acuerdo con el informe forense, Yiya presenta ´una personalidad polifacética en la que se destacan componentes histéricos, paranoides y perversos, y es precisamente en base al tipo de personalidad que estiman los médicos que posee peligrosidad social´. Se consideró probado en la causa que el cianuro que llevó a la muerte a Mema Venturini y a Nilda Gamba fue colocado en vasos de agua, como parte de remedios, que éstas tomaban sin dudar, en razón de la confianza que tenían con Yiya. En cuanto al caso de Chicha Ayala, el tribunal sostuvo que el cianuro tuvo dos vehículos posibles: el té o las pasas. Se sabe o supone que el cianuro estaba en los saquitos de té, ésta es una manera de que nadie sospeche de ella por que las mujeres vivían solas, eran de avanzada edad y cuando morían no hacía falta que Yiya estuviese presente. Entrega 20. La responsabilidad legal del psicópata ¿Cuál es la utilidad del psicópata para el grupo? Consideraciones sobre la psicopatía. Conclusiones Con esta entrega finalizamos este curso sobre psicopatía, es más que probable que continuemos con otro curso durante este año para hablar de los distintos casos de psicopatía, ya sobre la base de este curso. Quiero agradecer a todos los que participaron y a aquellos que me enviaron sus inquietudes y dudas, también a los directivos de Sandoz y GTV y a las autoridades de las instituciones que me avalaron. Espero haberles sido de utilidad en este primer paso de este complejo tema de la psicopatía. Gracias a todos. La responsabilidad legal del psicópata Genovés(3) se plantea el interrogante ¿el psicópata es responsable de sus actos? Y para ello establece tres pruebas para estimar el grado de responsabilidad de una persona en sus acciones criminales: 1. No puede ser declarado a priori insano, si no es con un peritaje previo. La regla principal es que un imputado está cuerdo hasta que se demuestre lo contrario. Si nos basamos estrictamente en lo legal, los psicópatas son responsables, ya que conocen perfectamente las normas, al igual que todos los demás. En cambio si nos referimos a lo estrictamente moral, el prejuicio se vuelve más ambiguo, porque el psicópata carece de apego emocional y sentido de culpabilidad. 2. Impulso irresistible. Esta regla afirma que el sujeto puede conocer la diferencia entre el bien y el mal, pero tener el impulso irresistible de cometer el acto. Esto no es compartido por todos, ya que algunos encuentran ambigüedad en la definición de irresistible al impulso. Impulso implica espontaneidad (incapacidad para demorar la gratificación) y en algunos casos el psicópata prepara cuidadosamente su crimen durante largo tiempo antes de cometerlo. 3. Se propone que el sujeto no es responsable criminalmente si su acción delictiva es producto de su enfermedad o su tara mental. En Estados Unidos, por ejemplo, en el modelo del Código Penal de 1962, se expone que una persona no es responsable de una conducta criminal, si en el momento de realizar tal conducta tiene disminuidas sus capacidades fundamentales para ejercer la criminalidad por la conformidad de su conducta con la ley, como resultado de un trastorno o tara mental. O sea que hay tres posibilidades en teoría que la ley ofrece en los tribunales mundiales y son las siguientes: a) Responsabilidad total: castiga a un individuo anormal del mismo modo que al normal; b) Responsabilidad atenuada: no hay solución plausible, ya que después de una corta estancia en prisión encuentran mejores condiciones para volver a delinquir. c) Exención de responsabilidad: equipara al psicópata como un enajenado debiendo ingresar a un hospital psiquiátrico. En Estados Unidos, el Tribunal Supremo (sentencia de abril de 1988) dice que el concepto estadístico de considerar la psicopatía como una desviación del comportamiento, tiende en la actualidad a ser sustituido por una anomalía estructural de la personalidad y por ello como auténtica enfermedad mental, tal y como la consideraba la Organización Mundial de la Salud. Y en su virtud reduce la pena por homicidio en dos grados quedando rebajada a cuatro años de prisión. En Argentina El hecho de no ser consideradas personas enfermas, abre una polémica dentro del campo de la medicina legal. La postura actual es no considerarlos personas enfermas. En ocasiones ciertas conductas los ponen en contacto con el sistema judicial (robos, violaciones, homicidios, etcétera). Pueden discernir y entender la criminalidad de sus actos y dirigir sus acciones, en consecuencia son responsables por lo que hacen. No entrando en las condiciones de inimputabilidad del artículo 34 del C. P. (no son enfermos) siendo, por lo tanto, punibles. El doctor Vicente Cabello, médico legista argentino, sustenta otra postura. Opina que ante toda psicopatía debe investigarse exhaustivamente la posibilidad de una noxa cerebral. Considera que son personas enfermas, la conducta que tienen no es porque sí, sino que es producto de su enfermedad, en consecuencia, para esta escuela, son inimputables.(16) ¿Cuál es la utilidad del psicópata para el grupo? Podemos especular el por qué de la existencia de los psicópatas, cuál es su valor social. Tal vez estas personas sean un reaseguro de la especie, del grupo. Ante una emergencia alguien debe responder con características no habituales para hacer frente a la situación totalmente anómala, imprevista o extraña. Así, en un caso de guerra, aquel que es tildado de desalmado, cruel e insensible es el héroe. Es aquel que va al frente, que asume riesgos que el grueso no, se arriesga, y lleva adelante acciones que la mayoría no se animaría a realizar, es el comando de un grupo de guerra. O sea, esa potencialidad que es totalmente desfavorable en tiempo de paz, y puede llevar a esta persona a desarrollar conductas muy agresivas a su entorno, (delincuencia, criminalidad, etcétera), es la misma. que en situaciones anómalas se ajusta perfectamente a los requisitos de emergencia que tienen que solucionar. Los psicópatas serían parte de la reserva del grupo en caso de emergencia, pero en estados normales son absolutamente chocantes para la sociedad. Estas personalidades atípicas pueden tener cierta adaptación a la sociedad, como el caso del psicópata insensible que puede convertirse en un arrojado policía, un buen militar, un torturador, un gobernante para tiempos de crisis, un talentoso deportista, un excelente cirujano. La anticipación del peligro, el miedo, no los inhibe para la acción. Y son, en consecuencia, refractarios al condicionamiento adversivo. También el psicópata es al que le encargamos hacer el trabajo “sucio”: es al que llaman para torturar, para eliminar masas de gente de un país, para hacerse cargo de la “represión brutal” contra una fracción revolucionaria o los delincuentes, o es el revolucionario al que alientan los que desean un cambio radical en un país; es el militar al que le hacen quemar una aldea, o lo hacen infiltrar como espía en el bando contrario, es el policía al que llaman para que se tirotee con los delincuentes, es el abogado al que contratamos para que con sus artimañas nos haga zafar de un delito, o al político que lo dejamos que modifique todo el sistema económico, es el empresario que con sus manipulaciones, amenazas, coimas y sobornos dejamos enriquecer. Y luego, superada la crisis o la emergencia, y a veces, los juzgamos por criminales o estafadores o transgresores. A modo de conclusión Consideraciones sobre la psicopatía Los valores tienen su origen en las necesidades sociales. La suma de experiencias individuales y del grupo van formando aquellos sedimentos de patrones de conductas deseables que constituyen los valores. Estos valores son transmitidos del entorno al individuo a través de la familia, la escuela. Conceptos externos al individuo son introyectados, asimilados y luego pasan a ser parte del propio individuo. Pasan a convertirse en “sus valores”. Esto le permite tener una conducta ajustada y no discordante con su entorno. Por supuesto que hay un rango de ajuste, y también un rango de desajuste tolerado. Son aquellas pequeñas desviaciones a los “valores bases”. Es decir que en toda sociedad existe la posibilidad de tolerancia a pequeñas desviaciones a las normas. La comunidad, el hecho de pertenecer a un grupo, significa para el individuo un resguardo, un sistema de seguridad. En ese grupo, él va a tener un deber, una responsabilidad y deberá seguir un código. A cambio de eso el grupo, a su vez, lo protege de circunstancias que pueden ser riesgosas para un solo individuo. El deber, entonces, es la responsabilidad del individuo frente el grupo, es un hecho extrínseco, objetivable; se sabe si tal individuo cumplió o no con su deber, si ha sido responsable o no. Luego están los principios personales, los códigos propios de cada individuo, eso es interno y solamente él tiene en cuenta, para sí mismo, si ha cumplido o no con sus principios. El código personal, los propios principios, es absolutamente subjetivo. No cumplir con esos códigos individuales genera culpa. Así en ocasiones, se puede faltar al deber, ser irresponsable desde el punto de vista objetivo y desde el punto de vista de la mirada del grupo hacia el individuo. Pero, para él, si ese acto o esa acción que cometió tiene una justificación personal, privada, coherente con su código personal, no manifiesta para sí mismo culpa, no se siente culpable. Existen, por un lado la ley, las normas, y por otro lado las ambiciones del individuo. Las ambiciones individuales deben encajar o seguir las reglas de juego, los códigos de la sociedad para conseguir un equilibro adaptativo. Hay límites a la ambición. La sociedad tolera ciertos errores, pero no la ostentación del error. La sociedad tiene una limitación y un permiso que es explícito y corresponde a las normativas, a las leyes. Luego hay un permiso tácito, implícito, que no está escrito, que hace que se toleren algunas desviaciones a la norma. ¿Por qué al psicópata no le importa sortear las normas? Porque necesita satisfacer sus “necesidades atípicas”. Porque sobredimensiona sus posibilidades, su ingenio o su suerte por un optimismo ingenuo o lúdico: “esta vez no me van a agarrar”, o “esto me va a salir bien”, o por un costo – beneficio aceptado. Es decir, por asumir un riesgo que puede tener una consecuencia grave, pero que el resultado de esa acción vale el llevar adelante el riesgo. Ser optimista es fantasear en una proyección virtual hacia el futuro con un resultado positivo. El optimismo está relacionado con la ensoñación. Ésta es parte del trabajo psíquico que consiste en utilizar la imaginación como campo de proyección de posibles acciones a realizar. El psicópata no transgrede las normas. Transgredir es valorar (conocer y sentir) las normas y a pesar de ello sortearlas. El psicópata ve a las normas como un obstáculo a sus ambiciones. La norma no le genera el temor inhibitorio que a la mayoría de las personas. La norma tiene un enunciado y un significado por sí (explícito) y por la amenaza (implícita) que implica su no seguimiento. Es decir, en toda ley hay una amenaza, una apelación a las consecuencias negativas que pueden ocurrirle al individuo de no seguirlas. Subyace una prohibición, un daño a futuro para aquel que no la cumpla. Toda ley, toda norma, genera temor e implica la posibilidad de castigo. La ley está hecha para domar, para doblegar y para condicionar las conductas instintivas de los individuos y entornarlas con el siguiente lema “Si quieres pertenecer a este grupo, estas son las reglas. Si se cumplen las reglas estás dentro, si no las cumples estás fuera”. El psicópata tiene la particularidad de estar dentro del grupo y de sortear alguna de sus normas pero no todas, de lo contrario sería desplazado del grupo. ¿Hasta cuándo sucede esto? Hasta que en algún momento se extralimita fuertemente y es “descubierto y señalizado”. Un personaje poderoso, ya fallecido, seguía un concepto sobre el poder. Él decía “el poder es tener impunidad, es hacer sin temer las consecuencias”. El psicópata es siempre otro, no hace un insight, es decir, no hay un darse cuenta. Él no es consciente de su propia psicopatía. ¿Es el psicópata un inmaduro que se quedó en la etapa adolescente de su desarrollo? A veces, algunos psicópatas dependientes parecen contestar sí a esta pregunta, o algún tipo de asunción de riesgo “infantiloide” parece confirmar este punto. Los psicópatas son refractarios a los estímulos, tanto a los estímulos negativos (castigos, penas, contra argumentaciones a la acción en apelación a las normas), como también, y esto es poco notado, son refractarios a los estímulos positivos (cariños, recompensas, suavización de las penas, apelaciones a lo afectivo). El psicópata no modifica su conducta por ninguno de los dos estímulos, ni positivos ni negativos. La mentira, para el psicópata, es una herramienta de trabajo. La mentira es desvirtuar la verdad ex profeso, con un objetivo “en mente”, con el objeto de conseguir algo. La mentira siempre apunta a algo. Se miente para evitar un castigo, se miente para conseguir una recompensa, se miente para engañar a otro. Detrás de la mentira siempre hay un rédito y esto lo diferencia de la fabulación, que también es una transgresión a la verdad, pero por el mero hecho de satisfacer el ego. Es lo que utiliza el fanfarrón. El psicópata puede sortear todo tipo de normas, pero no el 100% de las normas, sino sería rápidamente detectado y eliminado del grupo. Puede sortear las normas, la ley social, y convertirse en un delincuente, estafador o un revolucionario. Puede no cumplir las leyes éticas, en general, de la sociedad o puede tener conductas sexuales como la prostitución, la homosexualidad y cualquier otro tipo de perversión. Dentro de las alteraciones de la ética, está su particular relación con los otros seres humanos, que es la cosificación del otro, que le permite utilizarlo como una cosa, como un objeto de intercambio o de utilidad. Esta cosificación es lo que explica, tal vez, llegar a torturar o matar al otro. Hay distorsión en la forma de autoestimulación, por eso el psicópata a veces cae en la droga y el alcohol. Algunas conductas psicopáticas pueden parecen ilógicas (visto desde afuera), pero es perfectamente lógica para el psicópata. Son lógicas distintas, son sistemas de razonamientos distintos, códigos distintos y valores diferentes basados en necesidades distintas. La conducta psicopática puede, ser a veces, de mucha inestabilidad frente a estímulos objetivamente pequeños (para el normal), o al revés, el psicópata puede permanecer con una conducta de mucha estabilidad, a pesar de las fluctuaciones del ambiente, es decir, puede permanecer sereno en situaciones que desestabilizan a la mayoría. El fracaso lo derrumba. Los momentos de crisis de los psicópatas son producidos por frustraciones y fracasos. Siempre coloca la responsabilidad de su fracaso o su frustración, en lo otro, en lo externo (defensa “aloplástica”). El éxito del psicópata en el medio social, no asegura que se estabilice. En ocasiones después de mucho esfuerzo, destruyen todo lo que han hecho, por un acto banal. Esto es desconcertante para el “normal” que observa esto, que ha seguido toda la trayectoria y el accionar de la inteligencia de éste hombre exitoso y sin embargo, por una tontería, destruye todo andamiaje. Los casos resonantes de personajes internacionalmente importantes, me eximen de más comentarios. Dentro de los tipos de psicópatas, en su relación con el sistema, están: Los que aprovechan el sistema, para sacar beneficio (estafadores menores, algunos políticos, especuladores); Los que confrontan con el sistema dentro del sistema (delincuentes, estafadores graves, criminales, políticos extremistas, tanto de derecha como de izquierda); Aquellos que quieren cambiar el sistema (los que se marginan, y desde la marginación tratan de romper el sistema). Cualesquiera sea la pertenencia del psicópata en estos tres grupos, siempre están contra el orden establecido. Hay algo en el psicópata que le impide aceptar el orden establecido. Así lo vemos al querellante fatigar tribunales apelando una justicia que nunca termina de convencerlo. Y si la “justicia” se demora o no es suficiente ¿por qué no ser él mismo el que la ejecute? El psicópata pude tener tres tipos de conductas: a) Accionar normal: es su parte adaptada al patrón conductal normal. No se le “nota” la psicopatía. b) Accionar psicopático: es la manifestación de sus conductas psicopáticas. La ejerce sobre determinadas personas, complementarios o víctimas. c) Tormenta psicopática: es la conducta psicopática desestabilizada. De gran inestabilidad emocional y tensión interna, que el psicópata trata de equilibrarla a través del rito psicopático, grupo de conductas repetitivas (el patrón conductual psicopático). Hay impulsos y automatismos. Intensa descarga de la tensión interna sobre lo externo. No puede parar sus acciones hasta lograr reestabilizarse. La forma que toma esta desestabilización dependerá del tipo y grado de psicopatía. Aquí es donde se producen los homicidios seriales o extremadamente crueles, las violaciones, destrucciones y también los suicidios. Es donde el psicópata de tipo asocial deja su sello, su marca personal. El psicópata en general, se justifica a sí mismo en todas sus acciones. Suele ser acusador y crítico. A la pregunta ¿por qué el psicópata no sigue las normas? La respuesta es simple, porque las normas no se ajustan a sus deseos. Este tipo de personalidades tienen un particular sentido de la libertad. Ser libre es poder hacer sin impedimentos. Poder optar. Las trabas a la expansión de la acción, pueden ser internas o externas. Si estos seres minimizan sus trabas internas (llámese represión, inhibición o remordimiento) sólo les quedan las trabas externas. Si los impedimentos externos no están corroborados por la propia lógica ni tienen el peso de los sentimientos, a qué seguirlos. Se convierten en algo artificioso, armado por otros. Un como sí lúdico. Un juego donde se conocen las reglas, los obstáculos, pero en el fondo es todo fantochada. Es así un jugador sin impedimentos que conoce los impedimentos. ¿No será este uso particular de la libertad lo que lo hace seductor al apelar a las libertades reprimidas del otro? Tal vez el psicópata busque detrás de las máscaras, de la imagen, de la “persona”, al “animalito” deseoso y encerrado que todos llevamos dentro y lo anime a participar en un juego ambivalente de satisfacciones y angustias. Es campo de estudio del biólogo la variabilidad de la especie humana (raro – común); del sociólogo el ajuste del individuo en el grupo (adaptado – inadaptado); del moralista (religioso, ético) valorar lo bueno y lo malo; del legista juzgar las responsabilidades; del psicólogo las motivaciones de la conducta individual. El médico debe limitarse a su estricto campo que consiste en evaluar si una persona está sana o enferma. Y, el psicópata, puede ser raro, inadaptado, malvado, delincuente o tener una conducta incomprensible, pero no es un enfermo.
1. Bruno, Antonio; “Personalidad perversa post traumática”, tesis de doctorado, 1958. 2. Garrido Genovés, Vicente; Técnicas de tratamiento para delincuentes, Ramón Areces, Madrid, 1993. 3. Garrido Genovés, Vicente; Psicópata; Editorial Tirant Lo Blanch; Valencia; 1993. 4. Otto Kernberg, Diagnóstico Diferencial de la Conducta Antisocial, Revista de Psiquiatría, 1988,volúmen 5, página 101 a 111, Chile 5. Bruno, A.; Tórtora, G.; ” Las psicopatías”, Psicología forense, Sexología y praxis, año 3, vol. 2, Nº 4, año 1996. 6. Pinel, Philippe “Tratado médico filosófico de la enajenación mental o manía”, Ediciones Nieva, Madrid 1988. 7. Schneider, Kurt, “Las personalidades psicopáticas”, Ediciones Morata, 8º edición, Madrid, 1980 8. Laplanche, J., Pontalis B. “Diccionario de psicoanálisis”, Editorial Labor, Barcelona, 1981. 9. Berrios, G. “Puntos de vista europeos en los trastornos de la personalidad”, Comprehensive Psychiatry, Nº 1, 1993. 10. Bercherie, Paul, Los fundamentos de la clínica, editorial Manantial, Buenos Aires, 1986. 11. Gregory R. L., Diccionario de la Mente, Editorial Alianza, Madrid, 1955. 12. Marietán, H., Semiología psiquiátrica. Funciones básicas. Editorial Ananké, Buenos Aires, 1996. 12b) Marietan, Hugo: Personalidades psicopáticas, Alcmeon 27, 1998 13. DSM IV, Editorial Mason, Barcelona, 1995 14. Oates, J., Babilonia, Ediciones Martínez Roca, Barcelona, 1989. 15. Marietán, H., Semiología psiquiátrica. Grupos sintomáticos. Editorial Ananké, Buenos Aires, 1998. 16. Cabello, V., Psiquiatría Forense en el Derecho Penal. T3, Editorial Hammurabi, Buenos Aires, 1984.
Un investigador internacionalmente destacado en el tema de la psicopatía, el Dr. Robert Hare, cree que es poco probable que alguna vez se llegue a una teoría unificada sobre las causas de la violencia en general, sin embargo plantea que nos estamos acercando hacia una mayor comprensión de ciertos tipos de violencia depredadora atribuibles a los psicópatas. Las respuestas no estarían dentro de los factores sociológicos o de entorno sino más bien dentro del individuo.
Tal y como el asesino Berdella demostró, los psicópatas son arrogantes, narcisistas, superficiales, manipuladores y grandilocuentes. No tienen consideración alguna por el sufrimiento que pueden causar y en general no establecen fuertes vínculos emocionales con los otros. El trastorno de la psicopatía aparece en todas las culturas y se manifiesta tempranamente con desordenes de conducta, cruel indiferencia y desordenes de déficit de atención e hiperactividad. Aunque no todos los psicópatas violan la ley, muchos manifiestan comportamientos antisociales como manipular emocionalmente, agredir y ser crueles. La necesidad de poder y control es lo que conduce el accionar de los psicópatas, quienes son sujetos que ven el mundo en términos de dadores y tomadores, sintiéndose justificados de ser los tomadores. Su violencia, como una vez dijo el asesino serial Arthur Shawcross, es solo un negocio usual. En otras palabras, su agresión es instrumental, no reactiva, y está encaminada hacia alguna oscura ganancia.
Los psicópatas también reinciden más, diversifican sus crímenes, y fallan a la hora de aprender de los castigos. Al parecer sufren de cierta angustia personal, aparecen mal con sus actitudes y conducta, y buscan tratamiento solo cuando va con sus intereses.
Aparentemente fallan en procesar las emociones de la manera en que la gente normal lo hace, de forma tal que no tienen empatía. Por ende, en ellos son débiles las inhibiciones emocionales típicamente socializadas en relación a la agresión. Así, cuando a Bob Bardella se le preguntó sobre su propósito luego del segundo asesinato, él dijo que no tenía un propósito, al menos no conscientemente. La primera vez era más que todo un asunto de no ser atrapado, así que…¿qué diferencia habría realmente si mataba de nuevo?.
Adriane Raine, de la Universidad de Southern California, ha estado interesado por mucho tiempo en los correlatos neurológicos del comportamiento psicopático. Él ha encontrado déficits cerebrales en diversas áreas que parecen contribuir a la violencia, específicamente el sistema límbico (el centro emocional) y el cortex prefrontal. Dichos déficits harían a los psicópatas menos sensibles a la estimulación aversiva y menos capaces de tomar decisiones apropiadas en torno a la agresión hacia los demás, así como también harían que éstos sean impulsivos, arrojados y buscadores de actividades que comporten sensaciones fuertemente estimulantes. Consecuentemente los asesinos predadores serían sujetos carentes de afecto y mucho más propensos a atacar a extraños que la gente normal cuya violencia es más reactiva y emocional.
Complementariamente, los asesinos seriales alimentan sus ímpetus con las oscuras fantasías que les hacen sentirse más grandes de lo que en realidad son, siendo así fantasías que parecen completarlos. De ese modo, representando y fomentando esas oscuras fantasías ellos escapan de cuestionar su autoconcepto y de enfrentar con ello su imagen de impotencia, sintiéndose así especiales por hacer algo que pocas personas podrían hacer. Así, asesinar incrementa su sensación de vitalidad, lo cual produce una euforia que es seguida por una sensación de calma o alivio de la tensión. Por otro lado, el que los medios de comunicación den atención a sus asesinatos es algo que afirma y refuerza el sentimiento de poder que existe en ellos.
Siguiendo con esto de la relación entre los asesinatos y la búsqueda de significado existencial, se tiene que, si bien la agresión no es difícil de sexualizar, aún así la depredación sexual no es el motivo original en los asesinos seriales. Y es que en ellos se expresa el asesinar como algo que envuelve algo más grande que la mera muerte: la necesidad de destruir por completo, necesidad ésta vinculada al limitado rango con que los asesinos evalúan la realidad, juzgando todo como blanco o negro y, a consecuencia de eso, actuando de forma tal que sus actos tienden a seguir la ley del “todo o nada”.
Por último, en los asesinos seriales el asesinato reconstituye un sentido del yo fragmentado, transformándolo en un todo integrado. Tal y como postuló Skrapec, al fin y al cabo lo que exteriormente parece un comportamiento ofensivo es, en realidad y en esencia, un comportamiento defensivo. En este marco, se tiene que los asesinos seriales experimentan el enojo como vacío (sensación de vacío existencial), por lo cual exteriorizan su agresividad para sentirse mejor e incluso para, a través de esas experiencias que viven al exteriorizar su enojo-agresividad, concebir una sensación de sentido y significado en sus vidas…
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NOTA: El artículo expuesto es el producto de la reescritura de un texto de Crime Library d
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En torno a la crueldad, el sabotaje y la auto-destructividad humana Dr. Adolfo Vásquez Rocca Vásquez Rocca, Adolfo, “Freud y Kafka: Criminales por sentimiento de culpabilidad: En torno a la crueldad, el sabotaje y la auto-destructividad humana”, En Revista Almiar –Margen Cero– Nº 71 | noviembre-diciembre 2013, Madrid. http://www.margencero.com/almiar/vasquez-rocca-freud-y-kafka/ Adolfo Vasquez Rocca Says:
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En torno a la crueldad, el sabotaje y la auto-destructividad humana